Podríamos retroceder más en el tiempo, pero baste recordar la silenciosa y, sobretodo, silenciada reunión de la cúpula del PP, celebrada a principios de enero en Sigüenza, para constatar que Piqué, de la mano de Gallardón, viene siendo un contraproducente “verso suelto” en el partido, desde mucho antes de las polémicas y recientes declaraciones en las que el dirigente catalán acaba de identificar a Acebes y a Zaplana “con el pasado” del PP.
Piqué y Gallardón no fueron, sin embargo, versos tan sueltos en aquella ocasión, pues Rajoy los primó en su pugna –estratégica, que no personal- con Mayor Oreja y Acebes, respecto al perfil de oposición que debería mantener el partido. Si de esta reunión salió la disposición popular al inconsistente pacto que, días después, celebraron Rajoy y ZP frente al Plan Ibarretxe —efímero pacto que sólo sirvió para que los socialistas prosiguieran su linchamiento contra el PP—, también vino a soslayar el hecho de que, tal y como se había atrevido a sostener Mayor Oreja, no hay uno sino dos desafíos –el vasco y el catalán- contra la Constitución y la unidad nacional; desafíos que, por mucho que tengan diferentes ritmos, tienen ambos el visto bueno de ETA.
A raíz de ese desenlace en Sigüenza, Patxi López no dudó, días después, en aprovechar su oposición a recurrir el Plan Ibarretxe en Bruselas para elogiar a Piqué y decir que en España “la extrema derecha es Acebes”...
Tampoco habría que olvidar la afirmación del ministro Montilla, llevada a portada en varios diarios, de que “hasta Piqué está de acuerdo en que Cataluña es una nación”; afirmación que no fue desmentida por el propio Piqué, en un lamentable “quien calla otorga”.
Hay que valorar, sin duda, las excusas ofrecidas por Piqué tras estas últimas declaraciones contra Acebes y Zaplana en las que ha vuelto a primar, objetivamente, los intereses del PSOE. Pero, es exigible también el propósito de enmienda. Y el primero que se lo debe exigir, y de forma permanente, es el propio líder del PP, Mariano Rajoy.
El propio Rajoy, desde su formidable discurso en el Debate sobre el Estado de la Nación, ha sabido mejorar, en términos generales, el perfil de su oposición y parece decidido a explotar sus talentos. Pero tiene que insistir en el esfuerzo de comunicación y de pedagogía política y procurar que su batuta, como líder de la oposición, sea claramente visible para todos los miembros de su partido.
Especialmente necesario es ese esfuerzo en Cataluña. Que desde la sociedad civil catalana haya quienes se planteen la necesidad de crear un nuevo partido, ante la deriva de la clase política en aquella comunidad, denota en parte cómo el PP ha desatendido la necesidad de plantear una alternativa real y desacomplejada frente al nacionalismo. Es precisamente en los “inviernos mediáticos” donde más funestas son las tentaciones acomodaticias de los tecnócratas y más necesarias son las convicciones, las ideas, los principios.
Bien es cierto que, en la tarea de liderar la unidad en la firmeza del PP, poco ayuda a Rajoy la esquizofrenia de algunos medios de comunicación, que insistentemente apelan al partido a la “moderación” y al "centro”, salvo cuando se trata de que los populares respalden con contundencia sus líneas de investigación –únicas, por otra parte, en la prensa española- o sus quejas –también plausibles- ante el descarado servilismo del Gobierno ante Prisa.
Sin embargo, el objetivo es claro y debe ser preservar la unidad del partido, llevando a cabo la contundente oposición que bien merece la forma en que llegó el PSOE al gobierno y la forma en la que está gobernando.