Desde que el Partido Popular perdió las elecciones el 14 de marzo, después del uso político realizado por el PSOE y el grupo PRISA de los atentados del 11-M, los populares habían guardado un silencio prudente y muy productivo sobre las discrepancias internas. Durante estos catorce meses de oposición en la calle Génova se han cometido errores, por supuesto, pero se han cerrado filas ante cualquier discusión interna. Es verdad que hemos asistido a algún golpe de egocentrismo de Ruiz Gallardón, pero esa actitud entra dentro del guión habitual del alcalde de Madrid.
Lo cierto es que la disciplina interna en plena travesía del desierto es, desde luego, la mejor actitud que puede mantener el centro-derecha español. Las discusiones en política son saludables, el cambio de impresiones para una estrategia es necesario, las discrepancias internas son naturales; lo que no es de recibo es eso de airear a los cuatro vientos los rifirrafes domésticos. Y más cuando desde el Gobierno Zapatero se están tendiendo trampas y más trampas para que el Partido Popular pierda el control de su situación interna.
En todo caso la estrategia machacona del Partido Socialista contra el Partido Popular ha sido muy clara: etiquetar al principal partido de la oposición de retrógrados, de derechas de la derecha y de políticos del pasado. Y ante esa campaña, los populares habían permanecido callados hasta que Josep Piqué ha entrado en escena. Decir lo que ha dicho el político catalán en una emisora de radio no tiene el más mínimo sentido político. Hablar de Acebes y de Zaplana como rostros del pasado no es aceptable por muchos motivos, pero especialmente porque el secretario general y el portavoz han dado la cara constantemente por su partido en estos meses complicados.
Y además por encima de todo, están poniendo en bandeja al gobierno y al PSOE un flanco que nunca se debería abrir. El Partido Popular no está a la derecha de nadie, su objetivo debería ser defender los principios de millones de votantes que siguen apoyando su gestión y su programa. La clave de un éxito de futuro en el PP está en enterrar sus viejos complejos y no dejarse marcar el paso por el Partido Socialista. Y está vez Piqué ha caído en la trampa. Este error necesita una rectificación.