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EDITORIAL

Un fiasco políticamente correcto

La comunidad homosexual no es un apéndice rosa y folclórico del PSOE por mucho que Zerolo se empeñe en ello. La inclinación sexual no es una ideología ni un programa de Gobierno sino algo que pertenece al ámbito de lo privado

A pesar de que, el mismo sábado, la edición electrónica de El País aseguraba que la tradicional marcha del orgullo gay iba a convertirse “en la fiesta más multitudinaria e importante de los últimos años” y que, según sus fuentes, iba a congregar a más de un millón de personas, lo cierto es que la convocatoria quedó un tanto deslucida. La Delegación del Gobierno, a quien no se puede acusar en este caso de partidismo, estimó en 97.000 los participantes y el diario que la mañana anterior profetizaba un seguimiento millonario calculó unos 250.000 asistentes. Cifra generosa indudablemente pero muy lejos de lo que habían previsto tanto los organizadores como las autodenominadas “fuerzas de progreso” que se involucraron a fondo en la marcha.
 
La ocasión parecía invitar a ello. Como si de una cuestión de Estado se tratase acudieron, para situarse en posición preferente tras la pancarta, la ministra de Cultura, una secretaria de Estado y parte de la plana mayor del PSOE con Trinidad Jiménez y Pedro Zerolo a su cabeza. Todo con tal de capitalizar políticamente una controvertida reforma del Código Civil que había hecho incluso cambiar la fecha de una marcha que se celebra en todo occidente el último sábado del mes de junio.
 
El guión estaba, además, escrito. Zapatero se ha consagrado como un consumado estratega de minorías a las que dice favorecer y que, como contrapartida, considera de su propiedad. De este modo, los derechos de los homosexuales –perfectamente amparados en nuestro ordenamiento legal- son enarbolados por el Gobierno como propios y arrojados de inmediato contra la Oposición a quien, ya de paso, se la tacha sotto voce de enemiga de los mismos. Es un esquema parecido al de la campaña contra la intervención aliada en Irak. Los socialistas se adueñaron de la palabra paz y clamaron por un belicismo del PP nunca constatado en la realidad. Porque, del mismo modo que España nunca entró en guerra durante la campaña iraquí, el Partido Popular jamás se ha manifestado en contra de unos ciudadanos cuya única diferencia con el resto estriba en su sexualidad. Cierto es que, durante su etapa de Gobierno, debiera haber acometido la regulación de parejas del mismo sexo, pero eso no ha sido inconveniente para que ahora, desde la Oposición, haya hecho una propuesta muy interesante. Propuesta que, naturalmente, un Gobierno ensorbecido en su demagogia ha rechazado de pleno.
 
Siendo inaceptable la utilización política de cuestiones sociales que a todos atañen y que merecen el amplio debate que se está dando en otros lugares de Europa y que aquí se nos niega por decreto, lo es más la postura chulesca y montaraz de muchos que se autoarrogan el papel de paladines de una causa justa. Así, en la marcha del sábado pudieron escucharse consignas y leerse pancartas de una chabacanería vergonzante y cuyos objetivos únicos eran la Iglesia Católica y el Partido Popular. El mes pasado, con motivo de la manifestación convocada por el Foro de la Familia, el Fiscal General del Estado advirtió que no toleraría ni un solo mensaje homófobo y que estaba dispuesto a tomar medidas inmediatas si éstos se producían. Entonces no pasó nada, la actitud de los manifestantes fue ejemplar. Ahora tiene Conde Pumpido una ocasión inmejorable de aplicar su doctrina. Como la izquierda y sus protegidos tienen patente de corso para esto y para mucho más el campeón de lo políticamente correcto no investigará nada pero, tras esta experiencia, quedará bien claro quién insulta y de qué manera lo hace.
 
Vistos los resultados, los que realmente estén preocupados por los derechos de los homosexuales deberían hacer una reflexión y plantearse si sus líderes representan con dignidad esa causa. La comunidad homosexual no es un apéndice rosa y folclórico del PSOE por mucho que Zerolo se empeñe en ello. La inclinación sexual no es una ideología ni un programa de Gobierno sino algo que pertenece al ámbito de lo privado. Convertir una demanda razonable, es decir, la regulación de parejas homosexuales, en un arma política sólo puede crear crispación donde debería haber debate y fructífera confrontación de ideas.

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