Únicamente a quien desconozca la Historia de España sorprenderá el rescate que exige el tal Anxo por la Presidencia de la Junta: veintiún mil millones de euros –según dicen, en billetes usados y con números de serie alternos–. Porque ya en el año 379 de Nuestro Señor, Sulpicio Severo, probo funcionario al servicio de Roma, es decir de la civilización, denunciaba en escrito dirigido al emperador Clemente Máximo cómo se las gastaba el BNG de entonces. Tan como hoy eran que un lucense, Prisciliano –el Beiras de la época– también habría de acabar decapitado, en justo castigo a sus muchas maldades.
Con respecto a ese affaire, reporta Menéndez Pelayo que aquel heresiarca fue hallado convicto de crímenes comunes, cuales eran el maleficio, los conciliábulos obscenos, nocturnas reuniones con mujeres “y otros excesos de la misma laya”. De lo que cabe inferir que sólo al retraso en la adopción del papel moneda en Galicia debemos que la Hacienda patria se librase en el siglo IV de otro desfalco tan seguro como el que maquina nuestro Anxo.
Aún una tercera fuente independiente, el Cronicón de San Próspero de Aquitania, nos habrá de ampliar detalles sobre aquellos ascendientes de Anxo, los pretéritos maestros de sus malas artes. Porque gracias a las actas del proceso que allí se custodian, conocemos que la diócesis de Santiago había caído en manos de un tripartito en nada más rapaz al que ahora se cierne sobre los hijos de Breogán. Así, el favorito del prevaricador Prisciliano no respondía entonces por Touriño, pero casi –a tenor de lo revelado en ese informe, tenía Felicísimo por nombre de pila–. Y ¡oh casualidad histórica! la vicepresidencia única de tamaño aquelarre recaía en cierto Latroniano, del que el santo redactor no ofrece gentilicio, aunque, desde ayer, a nadie resultará difícil de imaginar.