Los partidos derrotados en las recientes elecciones gallegas van a poder, dentro de la ley, sumar sus respectivos escaños y arrebatar el gobierno de la Xunta al partido que, con gran diferencia, ha sido el más votado en aquellos comicios.
No hace tanto tiempo que en España la mayoría de los medios de comunicación tenían la sensibilidad de reconocer los efectos perversos que producía la posibilidad legal de que partidos diferentes, que no acudían coaligados, ni con un programa en común a las urnas, sumaran, tras las elecciones, sus representantes para desbancar del gobierno al partido más votado. No hacía falta que estuvieran al día de las críticas teóricas que expertos, como Sartori o, sobretodo, Popper, hacían del sistema proporcional, ni de los ejemplos que, como reducción al absurdo, se planteaban cuando se manifestaba la escasa legitimidad que entrañaba la posibilidad legal de que minorías extremistas se convirtieran, a pesar de su escasa representatividad, en el verdadero factor decisivo de la política de un gobierno.
Hasta tal punto persistía, sin embargo, la conciencia mediática de esa anomalía entre la opinión pública española, que la hipocresía todavía era, en el caso del Zapatero, el homenaje que el vicio tenía que rendir a la virtud, cuando, desde la oposición, el entonces candidato aseguró que él jamás presidiría un gobierno si su partido no era el más votado en las elecciones.
Bien es cierto que cuando, con posterioridad, se ha logrado la victoria electoral, como lo ha hecho el gobierno del 14-M, lanzando contra el todavía gobierno de la nación los muertos provocados por unos terroristas contrarios a la política de ese mismo gobierno, no se iban a tener reparos ahora en cuestiones menores como las alianzas de gobierno entre perdedores.
Pero, al menos, que quede constancia de que el partido de ZP no sólo se dispone ahora a gobernar en Galicia, sino que ha tenido la desfachatez de proclamar su victoria en unas elecciones en las que el PP le ha sacado más de doce puntos de ventaja. Que Blanco trate de buscar respetabilidad pública a sus artimañas para lograr desbancar al PP, era previsible; la condescendencia mediática con las mentiras en las que se ha basado para hacerlo, no tanto.
Y, desde luego, lo que no es admisible, con independencia del sentido del voto y de su polémico recuento, ha sido la campaña a favor del PSOE desempeñada por un embajador que, como Cortizo, se supone que representa los españoles fuera de nuestras fronteras. Y eso, insistimos, con independencia de la escasa cuantía de votos que van a permitir a los socialistas e independentistas gallegos traducir una derrota electoral en la posibilidad de gobierno.