José Espejo Roig se refiere a la lamentable confusión léxica en torno al terrorismo. Se habla de paz cuando no hay guerra sino solo matanzas o extorsiones por un lado. Afirma con gran sentido: “La paz no es lo que hay que alcanzar sino la justicia”. En lugar de asesinos se habla de violentos. Se impone la negociación cuando sería más propio decir claudicación. Concluye: “A este paso, a las víctimas del terrorismo deberíamos llamarlas daños colaterales, de la política del gobierno, se entiende”. Me sumo al desahogo.
Enrique Sáez García señala el derroche que supone que es tener dos palabras, lubricar y lubrificar, para la misma acción (= engrasar para hacer suave el roce de alguna cosa). Don Enrique prefiere el término lubricar, por ser menos ampuloso. Le doy la razón. En latín es lubricare. Ignoro por qué se coló el fi.
Francisco Tarín me dice que su hijo de 14 años le ha preguntado el significado de catárquico que aparece en un libro de Jordi Sierra i Fabra, La piel de la memoria en Edelvives. Evidentemente, se trata de una errata. El autor quiso decir catártico (= purificador, liberador). Por mucho que aparezca en Google, créame, catárquico no existe.
Fernando Pérez de Dehesa comenta que lo de barómetro como “medida de la opinión pública a través de una encuesta” no tiene “ningún sentido”. Razona así: “El barómetro es un aparato con un uso concreto: medir al presión atmosférica. En sentido figurado se podría emplear mejor manómetro, que mide cualquier presión, o mejor, termómetro, ya que a veces se toma la opinión como una temperatura”. Tiene razón, pero la realidad es que se ha impuesto barómetro, quizá porque los movimientos de la opinión pública se modelan un poco como los de la presión atmosférica. También en la sociedad hay borrascas y anticiclones. En griego, baros es tanto como peso. El Diccionario de Seco recoge el neologismo, ya instalado, de barómetro como “cosa sensible a las variaciones en un determinado ambiente y capaz de medir su estado”. Yo hubiera matizado “las variaciones de la opinión pública”. Puestos a ser finos, la medida tendría que ser doxómetro, del griego doxa (= opinión). Pero no ha cuajado.
En Alemania hay un famoso instituto “doxológico” que se dice Demoskopie. Por ahí ha entrado la voz demoscopia, de demos (= pueblo, habitantes y scopeia = ver), que es casi un genérico. Pero tiene una construcción un tanto forzada. Es la que resulta de formar un neologismo con una voz latina y otra griega. Hay casos; por ejemplo, Sociología.
Eduardo León aclara lo del “sambenito”. No era solo el ropaje penitencial que se colocaba al reo de la Inquisición, sino que luego se colgaba en la parroquia con el nombre de la persona. Era así una infamia para toda la familia del ajusticiado. Muchos de esos infamantes colgajos los acababan robando. Estupenda aclaración.