El proyecto de ley de la propiedad intelectual del PSOE sigue recorriendo su camino. Este viernes fue recibido en el consejo de ministros un informe del ministerio de justicia sobre lo que va a ser una mina a explorar en profundidad durante las próximas semanas y meses. Durante su redacción se ha contado con entidades de gestión de derechos de autor, pero no con internautas, lo que hace temer que los cambios irán encaminados en perjuicio de éstos y del derecho a realizar copias privadas de música y películas a través de Internet. Más sospechoso resulta el que no se haya publicado ese anteproyecto y nos hayamos tenido que enterar del mismo por un fax (nota: son seis megas de descarga, luego no digan que no avisé). No obstante, hay un detalle que ya se ha empezado a debatir más en profundidad y es la modificación del artículo que regula el derecho a cita.
Aún a riesgo de que los hermanos Rojo vuelvan a coger un artículo mío sin permiso, o de que me echen del periódico por decir que me gusta algo que planea hacer este gobierno, debo decir que me gusta esta modificación. El debate sobre la propiedad cultural sigue vivo y muy vivo entre los liberales de diferentes escuelas. Quizá la forma más intuitiva de exponer el dilema al que nos enfrentamos es tomar las dos posturas enfrentadas al respecto. Para los creadores, la cosa está clara, son ellos quienes han filmado, compuesto o escrito algo y es, por tanto, suyo, pudiendo disponer de su creación como mejor le convenga. Puede ser liberándolo al permitir que cualquiera pueda acceder a él o puede ser cerrándolo para cobrar cada pase. Los consumidores, en cambio, lo ven de otro modo. Si se copian un CD de un amigo o se bajan de Internet una película, no están haciendo daño a nadie. Los propietarios de esos bienes siguen poseyéndolos. No hay, en definitiva, escasez de bienes culturales.
Hay que recordar que, ética aparte, la utilidad de los derechos de propiedad reside en la mejor administración de la escasez. Los bienes son escasos, y con propiedad privada se gestionan mejor y se produce el máximo de ellos. Pero los bienes culturales, una vez creados, no son escasos. Se pueden copiar sin coste, en el cerebro de cada uno, y cada vez con menos coste por diversos medios (discos compactos, libros, Internet, etcétera), sin que el autor deje de tener su propia copia. Sin embargo, ahí está el problema, que esto sucede una vez han sido creados. Si se elimina la propiedad, se eliminan los incentivos para aprovecharla, como décadas de comunismo han demostrado una y otra vez.