Todos los sondeos publicados este domingo sitúan a la coalición PNV-EA al borde de la mayoría absoluta. De confirmarse estos pronósticos, los nacionalistas recuperarían parte del apoyo electoral perdido en las últimas autonómicas, donde la alternativa constitucionalista, formada por el PSE de Nicolás Redondo Terreros y por el PP de Mayor Oreja, estuvo a punto de arrebatarles el liderazgo. De hecho, de haber llevado ambos partidos con coherencia aquella compartida oposición al nacionalismo en el poder a una única candidatura –tal y como, para mantenerse en él, vienen haciendo desde hace años PNV y EA- esa hipotética coalición PP-PSE hubiera logrado, ya entonces y gracias al peso de la circunscripción alavesa, dos escaños más que los obtenidos por la lista PNV-EA.
La lógica hubiera debido llevar, pues, a ambos partidos constitucionalistas a incidir y a acentuar esa estrategia compartida que, sin conseguir entonces los objetivos apetecidos, les había acercado a ellos como nunca antes. Si desde un punto de vista estratégico era lo aconsejable, todavía más lo era desde el punto de vista de los principios constitucionales, habida cuenta de que el nacionalismo desde entonces, lejos de moderarse, ha proseguido, contra viento y marea, directo a sus objetivos más secesionistas y radicales.
Si Maria San Gil ha demostrado con creces ser una digna heredera de Mayor Oreja y de un partido que es capaz de dejar al margen discrepancias menores con tal de hacer una defensa conjunta de lo fundamental, la candidatura de Patxi López no es más que el resultado de la defenestración del constitucionalismo socialista vasco, encarnada en la decapitación política de Nicolás Redondo Terreros. Una “opción” que ahora, y sin importarle la realidad del nacionalismo vasco, prefiere pactar con él antes que cooperar electoralmente con quienes comparten escoltas.
La “oferta” de Patxi López, con el visto bueno de ZP –que no por nada gobierna con los independentistas, tanto en España como en Cataluña- , no es más que el resultado de algo que comenzó a formularse al día siguiente de la consulta del 13 de mayo de 2001 y con el famoso artículo de Cebrián en El País contra el “constitucionalismo fuerte” encarnado por Mayor Oreja y Redondo Terreros. Algo que ya había apuntado el propio González, incluso en la misma campaña electoral, cuando llamó a Redondo Terreros a recuperar a “mis amigos del PNV”.
El efecto de todo ello ha sido demoledor. En su empeño de llegar a acuerdos con el PNV, el PSE de Patxi López ha quitado gravedad al descarado proyecto nacionalista de demoler los cimientos nacionales y constitucionales de España, mientras ha pasado a denigrar, lo que antes era un proyecto compartido, como una “intransigencia fundamentalista” propia del “inmovilismo” del PP. Para colmo, no le han faltado ni a Prisa ni a González, supuestos adversarios mediáticos que, en realidad, han ejercido infatigablemente de “tontos útiles” como los que se empeñan en seguir viendo en Zapatero algo distinto que el servil e irresponsable lacayo de los intereses de Polanco y del insaciable resquemor de González. Ya hay que ser cándido para tomarse en serio que Zapatero y López aspiren a superar así al PNV. Pero referirse a esa pretensión como el “arriesgado optimismo de ZP” ya son ganas de edulcorar la dócil, sonriente y peligrosa servidumbre a los designios de González, Cebrián y compañía.