En política hay muchas cuestiones opinables, incluso en el terreno de la estrategia siempre existen diversas decisiones –todas correctas– para afrontar una situación concreta. Pero en política existen también gestos que determinan el verdadero fondo y la verdadera actitud de un mandatario. Gestos que tienen una trascendencia irreversible en lo político y en lo humano. Y en esta ocasión tenemos que decir que el silencio oficial del presidente del Gobierno ante el fallecimiento de Juan Pablo II es desde todo punto inexplicable. No encontramos precedentes, no encontramos paralelismos en otros países, no encontramos razones. Es tal el ridículo absoluto que al final sólo caben dos posibilidades: o Zapatero es un sectario o simplemente es un paleto.
Dicen que el presidente del Gobierno no pensaba asistir a los funerales, y que desde protocolo le han exigido acudir a Roma el próximo viernes. Es una dato del que nunca tendremos la confirmación oficial, pero desde luego, visto que el presidente Zapatero ha sido incapaz de emitir una sola palabra de recuerdo tras la muerte del Papa, podemos esperar cualquier cosa.
Zapatero no ha dicho esta boca es mía, pero es que tampoco se ha dignado a acercarse a la Nunciatura Apostólica para firmar en el libro de condolencias. En este caso incluso ya entramos en el terreno de la más absoluta mala educación. Durante las ultimas jornadas hemos escuchado mensajes llegados de todo el mundo. El presidente Bush, el primer ministro Blair, el presidente Chirac, el presidente Putin, el presidente Lula o incluso el populista Chavez han hecho público –en formatos diferentes– su reconocimiento por la figura del Papa Juan Pablo II. Pero no, Zapatero es otra cosa y ha preferido guardar silencio.
Sinceramente, esta actitud del presidente del Gobierno es humillante para los españoles y un síntoma claro de la miras tan bajas de este político. Pero es por encima de todo una confirmación definitiva de que Zapatero no es un hombre de Estado y de que nunca llegará a serlo. Simplemente: ¡mezquindad!