De todos los nuevos amigos que nos ha deparado la política exterior de Zapatero y Moratinos, acaso sea Hugo Chávez el más extravagante e imprevisto. Porque, a diferencia de lo que muchos piensan, el socialismo español no se había prodigado hasta la fecha en excesivas carantoñas con el gorila rojo del Caribe. Desde siempre, el socio venezolano del PSOE había sido Acción Democrática, partido encuadrado dentro de la Internacional Socialista y cuyas relaciones con el PSOE de Felipe González fueron siempre envidiables.
Con Zapatero en el Gobierno eso fue lo primero en cambiar, y no precisamente porque se despachasen asuntos de interés nacional en la amistad con el coronel golpista, sino por un frío cálculo electoral. Si Aznar se había significado por su apoyo al colombiano Uribe –lo que conllevaba escepticismo frente al mandarín venezolano– Zapatero, alardeando de su nuevo giro en materia exterior, tenía que dar la vuelta a una política que, aunque sensata, llevaba la vitola de aznarismo. El objetivo último, aparte de llevar la contraria a Aznar, era pescar el mayor número de votantes en la extrema izquierda, tan adicta a la revolución bolivariana.
En estas coordenadas se entiende el insospechado romance entre los gobiernos venezolano y español. Oportunidad tuvimos de verlo en la visita de Chávez a Madrid del pasado mes de noviembre cuando se le dio un recibimiento de gran hombre de estado, algo que, a todas luces, el presidente de Venezuela no es ni lo será nunca. A aquella visita le sucedió el viaje secreto de Bono a Caracas, las insinuaciones compartidas y, como fin de fiesta, la cumbre que se está llevando a cabo en Ciudad Guayana. Lo cierto es que, exceptuando a esa mínima porción extremista del electorado, la luna de miel con Chávez no cae del todo bien puertas adentro. El coronel es un militar golpista, tosco y de una zafiedad difícil de ocultar. Para sortear el agujero donde él mismo se ha metido, Zapatero se ha sacado de la manga unos jugosos contratos que en principio fueron navales y que han devenido armamentísticos, curiosa contradicción en un político que ha hecho del pacifismo de salón su santo y seña.
El acuerdo con el que el Gobierno pretende dulcificar los abrazos y las sonrisas con el gorila se compone de varios convenios comerciales en los que el Gobierno de Caracas se compromete a comprar varios buques de guerra y una docena de aeronaves logísticas. El destinatario de las adquisiciones sería el ejército venezolano, aliado preferente de Cuba y sobre el que hay fundadas sospechas de que mantiene firmes vínculos con la guerrilla colombiana. En definitiva, que las corbetas que Zapatero va a vender a Chávez bien podrían terminar sirviendo de apoyo indirecto a los terroristas de Tirofijo. Es natural que en la Casa Blanca hayan acogido con malestar los acuerdos y es del todo comprensible que en Moncloa hayan tenido que acuñar un neologismo a toda prisa para camuflar el insoportable tufo que emana de este arreglo. Lo han bautizado como “material civil de defensa” asegurando que los barcos se entregan sin artillar y que serán de gran utilidad en la lucha contra incendios, el transporte de agua potable y el servicio de enfermería. Hacía tiempo que no se aplicaba tanta imaginación a una venta de armamento que, desde Exteriores, se salda como un convenio comercial muy ventajoso para España.