Mientras que el gobierno español se apresta a celebrar el 11-M como un acto de vandálicos inmigrantes, descontentos de la suerte encontrada en el madrileño barrio de Lavapiés, aderezado con la cumbre de supuestos expertos convocada a tal fin por el club de Madrid, los datos empiezan a dar un cuadro bien distinto de la realidad de los terroristas. En realidad el mundo ya se sintió sorprendido cuando se comprobó la identidad de los 18 seguidores de Bin laden que llevaron a cabo la masacre de Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001 y pudo descubrirse que no eran analfabetos, sino licenciados o estudiantes universitarios; que no eran pobres o desheredaros de la tierra, sino de familias acomodadas.
Pues bien, ahora acaba de hacer se público un estudio llevado a cabo por el centro Global Affairs in internacional affaire sobre la identidad y origen de los yihadistas no iraquíes que luchan en Irak. Los resultados son tan previsibles como contundentes: el 60% de los terroristas muertos provienen de Arabia Saudí; algo más del 10% de Siria; menos del 8% son iraquíes, más o menos igual que la representación Kuwaití. El resto se reparte entre diversos países como Jordania, Yemen, Sudán, Palestina y Marruecos.
Hay que decir que la muestra del estudio no se basa en el recuento de los cuerpos, sino en el reconocimiento de esos muertos, con nombre y apellidos, en las páginas web de los diversos movimientos yihadistas. Esto es, aquellos mártires reconocidos como tales por lo suyos.
Es curioso comprobar, por ejemplo, que el único caso marroquí fuera el de un emigrante residente en España hasta su reclutamiento por Al Qaeda.
A pesar del evidente papel jugado en Irak por los terroristas globales, el actual gobierno sigue empeñado en llamarles insurgentes. No hay problema. Es lo mismo que cuando a los terroristas del 11-M les llama criminales y emigrantes frustrados. Lumpen que diría Karl Marx. El gobierno se aferra a la tesis de la célula terroristas como fenómeno de generación espontánea porque si llegara a admitir que había una conexión entre los suicidas de Leganés y la red Al Qaeda, se vería forzado a admitir que España sigue bajo la amenaza terrorista y que ésta poco o nada tenía que ver con las decisiones y acciones de José María Aznar. Por eso no quiere no oír hablar de planes para volar la estación central de nueva Cork o de las continuas amenazas de la red terroristas islámica sobre España.
Con esa visión el gobierno de ZP se vuelca en una cumbre antiterrorista a celebrarse en Madrid, a la que había invitado a todos los dignatarios de la UE y a la que sólo van a asistir unos cuantos segundones, unos pocos sátrapas y algún que otro líder institucional en busca de reconocimiento publico. ¿Cómo iba a prestarse Clinton a santificar que no vale cuanto se ha hecho para luchar contra el terror islámico y cómo no iba a aprovechar Kofi Annan una oportunidad más para tapar su pésima gestión al frente de Naciones Unidas y arremeter contra su odiado George Bush? Michael Moore, reconocido experto en terror, tampoco viene, pero no porque no se le haya invitado, sino porque medio país no quiere ni verle por aquí.
La cumbre será un fracaso. Y no sólo porque los supuestos amigos de ZP no le correspondan a su invitación, sino porque las conclusiones a las que llegue –si llega a algunas– van a encontrar poco eco internacional. Pero no importa, el gobierno siempre podrá vender la reunión como el inicio de un ambicioso proceso que culminará, como sus relaciones con los Estados Unidos, con una gran sorpresa. La realidad es que no deja de sorprendernos día a día.
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.