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Enrique Dans

Cuentos de viejas

Pero no protesten por principio, porque criminalizar las herramientas de forma independiente a su uso les sitúa cerca de los activistas anti-ferrocarril del XIX y de otras cosas mucho peores

A la velocidad que se mueve la tecnología hoy en día, parece normal que mucha gente sienta vértigo. Después de todo, en el siglo XIX, la sociedad saludó la llegada del ferrocarril con un sinnúmero de opiniones y estudios que afirmaban que transportar un cuerpo humano de un lugar a otro a tan desmesurada velocidad causaría “una transición excesivamente rápida entre diferentes condiciones climáticas, que tendría efectos mortales en las vías respiratorias, mientras que los cambios de dieta darían lugar a peligrosas disenterías y dispepsias”. Obviamente, el transporte en ferrocarril resultó ser perfectamente sano y saludable, todas esas especulaciones quedaron reducidas a la categoría de cuentos de viejas agoreras, y ello posibilitó el avance y la innovación continua que nos ha llevado hasta cosas como ese “pato” que estrenamos en las vías españolas el pasado 26 de Febrero, y que pronto será capaz de transportarnos de una ciudad a otra a trescientos kilómetros por hora con total comodidad.
 
Hace unos días, la Asociación Textil de Galicia anunció un contrato con Sun Microsystems para desarrollar la que hasta ahora será la mayor implantación de tecnología de identificación por radiofrecuencia (RFID) en España: todos los productos portarán, desde su origen, una etiqueta emisora que hará posible seguir su deambular por el proceso de manufactura y distribución. Tal innovación posibilitará un control de inventarios mucho más ajustado, un seguimiento exacto de la distribución, un conocimiento completo de las existencias en cada tienda y la posibilidad de responder mucho mejor a los rapidísimos cambios en la demanda que, asociados a cosas que van desde la moda hasta el clima, ocurren en un sector como el textil. Es la reacción de una industria tradicional ante un entorno de alta intensidad competitiva, en el que reaccionar más rápido que tus competidores te permite situar tu producto en las estanterías mejor, y hacer coincidir ese producto deseado con el ojo crítico del cliente que lo busca en un momento determinado. El proyecto supone inversiones conjuntas de un millón de euros en tecnología, y una apuesta fuerte por su valor como elemento diferenciador.
 
Hasta aquí, todo muy bonito. La tecnología RFID parece situarse como una herramienta poderosa de cara a la consecución de las metas perseguidas. Sin embargo, ¿cuál ha sido la reacción de algunos al leer la noticia? Desde el principio de su desarrollo, la tecnología RFID ha sido objeto de consideraciones negativas por parte de un sector que, próximo al activismo, afirma que son, textualmente, comparables a un versículo del Apocalipsis (13:16-17): “Y hacía que a todos, a los pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, se les pusiese una marca en su mano derecha, o en sus frentes. Y que ninguno pudiese comprar o vender, sino el que tuviera la marca, o el nombre de la bestia, o el número de su nombre”.
 
¿Qué factores llevan a que se desencadene una resistencia capaz de invocar versículos de Apocalipsis en reacción a una simple tecnología? Los detractores del RFID, al leer la noticia, entienden automáticamente que las malvadas empresas textiles, presas de su desmesurada avaricia, insertarán sus maléficos chips espía en lugares ignotos de la prenda donde no puedan ser descubiertos, de manera que, al no ser desactivados, permitirán conocer en cada momento donde nos encontramos y qué llevamos puesto, cada vez que pasemos a través de un arco detector, cuando entremos y salgamos de cada tienda… la dependienta sabrá mi talla de… Me llama la atención el párrafo con el que alguno de sus detractores saluda la noticia: “como siempre, se escudan en el control de stocks, pero cuando salgan de los almacenes y lleguen a sus tiendas empezarán a invadir nuestra intimidad”. Pero vamos a ver, seamos serios: ¿alguien cree de verdad que los chips en cuestión serán utilizados para fines tan perversos? ¿Por qué no esperan a ver el uso que se da a las herramientas antes de intentar criminalizar su uso? Si una empresa intenta, en efecto, hacer un uso a todas luces torticero y malintencionado de la tecnología, actúese contra esa empresa con toda la fuerza que permita nuestro sistema legal, que en términos de privacidad está además, desde mi punto de vista, cercano a la histeria y la sobreprotección. Pero no protesten por principio, porque criminalizar las herramientas de forma independiente a su uso les sitúa cerca de los activistas anti-ferrocarril del XIX y de otras cosas mucho peores.
 
El RFID es una tecnología con unas posibilidades fantásticas e ilimitadas para la industria. Y todo lo demás son cuentos de viejas.

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