Por el agujero cegado del Carmelo se siguen viendo Suiza, Andorra y Mónaco, y no se ve Logroño porque no es un paraíso fiscal. En el Carmelo todavía se conserva un búnker antiaéreo de la guerra civil, pero lo que habría que poner es un mirador delante del agujero de hormigón transparente. Se podría llegar a ver el universo, como en el Aleph de Borges.
Por el agujero del Carmelo se le ven las vergüenzas a la prudente, pudiente y diletante casta. Lo llenan de hormigón porque esa gente arregla así las cosas. Alguien se va a encontrar, al despertar, la cabeza de un caballo en la cama. Palpitan las pruebas sordas, mudas, bajo el hormigón oportuno, con sus cámaras de aire incluidas.
Por el agujero del Carmelo se le ven las cloacas al oasis, que al final resultaba ser un decorado con palmeras de atrezzo y moral pública de fogueo. La película catalana, la cansina película precursora de Matrix. Realidad virtual, hacer como que existe una nación donde una clase política de supuesta competencia presta una hipotética estabilidad a base de fuegos de artificio y efectos especiales con el ánimo de convertirse en locomotora de esa España tan ordinaria y cruda, tan real. Tan real que desentona en este videojuego de la orgía financiera y el nepotismo como virtud.
