La Macarena de Rodríguez y el referéndum de Los del Río son una misma cosa, una incitación a darle alegría a tu cuerpo, Macarena, eeeh, cosa buena. Y así. En las últimas semanas, en paralelo a la masiva propaganda gubernamental para escamotear la discusión y el conocimiento, guerrilleros de la información han enumerado con acierto los múltiples engaños, las taras y carencias de ese nuevo tratado de la Unión tan pomposamente denominado Constitución, frente a los inevitables y muy socialistas chantajes y amenazas o de cara a las cursilerías de un señor muy cortito que una vez obtuvo un éxito inesperado, lo más letal para el cortito y para quienes de él dependan: “Nos quedaremos fuera de Europa si sale el no”, “Se reforzará la unidad de España”, “Alianza de civilizaciones”, “Traeremos la paz perpetua”, etc. Insustancialidades o mentiras ad hoc para un tipo de españoles prestos a ser manipulados con cualquier gesto, cualquier palabra: una sonrisa, un talante, lamentables sustitutos de programas, proyectos y cuadros políticos expertos y honrados. Rodríguez, digno representante e intérprete del alma de gorrillas de no pocos de sus votantes, sabe que se les puede echar de todo con tal de dar propina. Si se les promete la comodidad del Nirvana, aunque sólo sean palabras, asentirán encantados a lo que caiga, llámese negocietes en Marruecos, papel subsidiario tras de Francia, renuncia a una política exterior propia o rendición ante la ETA. Lo que caiga.
Como bien señalaba José García Domínguez en estas páginas electrónicas, se va a votar sí a la Guayana francesa y no a Ceuta y Melilla: ¿alguien piensa que al PSOE le importan algo estas ciudades? En nombre de la transparencia se oculta a la población la pérdida de peso decisorio en la Unión, mientras Rodríguez y sus ministros –ya no son meramente Los del Río– se apuntan a la verbena jaranera de ágrafos que detestan la lectura (“No es preciso leer el texto para saber que es bueno”: ¡Héle, y no tiene novio!). Mienten al tentar la buena fe de personas ingenuas angustiadas por la fragmentación de nuestra patria –y que ellos mismos traerán– y afirman con desparpajo que la Unión garantiza la unidad española, como si Alemania no hubiese propiciado el estallido de Yugoslavia, como si Inglaterra no se regocijaría y aprovecharía de nuestra implosión o, sobre todo, como si los franceses no quisieran tanto a España que prefieren que haya diecisiete: la ordenación territorial es un asunto interno de cada estado, olviden pues, las buenas personas ese sueño, tan español, de que otro venga a sacarnos las castañas del fuego. Los tratados se firman para romperlos e incumplirlos siempre que conviene (¿Ya se olvidaron de la indisciplina económica de Francia y Alemania?) y la rimbombante Constitución de Rodríguez se convertirá en papel mojado apenas nuestros generosos vecinos vislumbren la mínima oportunidad de agudizar la debilidad de un país que se complace debilitándose y renunciando a su propia defensa: ¿qué nación europea nos apoyó en una minucia como Perejil? ¿Es que no quedan, todavía, otras que, pese a lo llovido, siguen albergando terroristas etarras, con pretextos leguleyos o por güebos?
Pero, por si todo cuanto se ha señalado no bastase, o tampoco la desvergonzada instrumentación de la campaña contra el PP que –contra sus intereses– les está apoyando, quienes vayan a votar deben tener muy presente que, antes que nada, el objetivo real del plebiscito, y nunca mencionado por sus muñidores, es aprobar lo sucedido en España desde el 12 de marzo, cuando Producciones Rubalcaba comenzó sus representaciones, que sepamos. Quienes voten sí estarán refrendando el asalto y control de los medios de comunicación, la detención ilegal de militantes del PP, la desvergüenza de Bono al inventarse una agresión inexistente, el espionaje de Mortadelo a José María Aznar, las ofensas del tirano marroquí aplaudidas por el supuesto ministro de Exteriores que acusó de participar en el golpe de Venezuela al mismo ex presidente, la inequívoca política de amordazar a la Justicia, la censura informativa en la catástrofe barcelonesa del Carmelo, la cobardía o complicidad con los separatistas catalanes y vascos, la prepotencia de Rodríguez que ya se ve un Fidel Castro con guita que gastar: ninguna explicación en el Congreso por sus abusos, amedrentamiento de la oposición para que interiorice y asimile bien que “la calle es suya” y no se ande con bromas de protestar contra un gobierno de progreso y, encima luciendo banderas nacionales, el colmo de la osadía.
Oímos objetar que votar “no” es coincidir con Llamazares, Pérez y otros rompetechos de idéntico aparato, que se apropiarán de la titularidad de nuestros votos y recordamos que ese fue uno de los argumentos inolvidables ante el referéndum de la OTAN (“No votar lo mismo que Fraga”) del inolvidable Yáñez, aquel hombre brillante que como director de la AECI demostró ser un excelente ginecólogo, aunque desconocemos si como ginecólogo alguna vez ha probado ser un magnífico director de la AECI. Que Llamazares y su panda canten por bulerías, si saben, porque somos conscientes del origen y fin de nuestros votos y en las próximas elecciones les esperamos. Si el prócer de IU asegura que el sol sale por el este, un servidor no va a decir lo contrario por no coincidir con él.
Han impedido en la práctica los debates en serio sobre el tratado en las televisiones, el tiroteo a favor del no ha sido obra de pocos y aguerridos periodistas, e incluso los catequistas del gobierno lo han presentado subliminalmente como rareza de chifletas izquierdosos con melenas y guitarras mal acordadas. Pero todos tenemos móvil, Internet y mucha hartura en sólo diez meses y si patentaron el navajazo auricular, tampoco hay motivo para renunciar a competir con ellos en ese terreno. Sólo vemos un problema y no menor. Los pinches y galopines que cocinarán la electrónica son los mismos que cocinaron los resultados del 86: ¿será capaz el PP, por sí solo, de garantizar la limpieza de los pucheros?