Nos habíamos equivocado con Zapatero. Lo suyo no es la reflexión política sino el pensamiento mágico. No hay día en que no nos sorprenda con alguna ocurrencia, siempre ambiciosísima, sobre las virtudes y méritos de ese plomazo burocrático emanado de la pluma retórica y masónica de Valery Giscard D´Estaign, uno de los peores enemigos de España en particular y del ser humano en general, tanto europeo como americano y africano, porque durante su presidencia la ferocidad colonial del Imperio Basura francés se mantuvo en los términos de salvajismo habituales.
Pero está claro que Giscard le ha dado a Zapatero en el rodal del gusto. Nunca se ha visto semejante entusiasmo por cosa que menos lo merezca. Aunque también es posible que ZP se haya instalado en la hipérbole con tal decisión y deleite que no haya ya quien le baje de la nube. Aunque malo para España (qué cosa de Zapatero no acaba siéndolo), tal vez acabe resultando bueno para la humanidad en general, que acaso por la magnitud y frecuencia de sus errores, se libre pronto de este presidente por accidente que aspira a mesías de rebote y que, si nos descuidamos, acabará proclamándose redentor universal.
Porque no nos negarán que eso de que el pestiño de Giscard nos acerca nada menos que a la paz perpetua, lejos de ser un homenaje a Kant, acredita un desvarío particularmente grave en la estabilidad mental del Presidente del Gobierno. Si nos tomáramos en serio sus palabras y no como las improvisaciones de un orate, o de un equipo de orates, podríamos decir que lo único que nos acerca a una paz relativamente perdurable es la defensa de la guerra preventiva en la llamada Constitución Europea. Pero, obviamente, no es esa la intención de Zapatero, al que sólo le falta un chalequito, una flor en la oreja y, hala, a predicar las rebajas del 68 o a anunciar que ya es primavera en el Corte Inglés.
La paz que dice anhelar ZP no la aplica en su desventurado país, que todavía es el nuestro. La fechoría, ilegal de cabo a rabo, sectaria hasta la miseria y rastrera hasta el ridículo de discriminar a la COPE en la atribución de cuñas publicitarias en radio nos muestra la verdadera cara de este hippie de guardarropía, que a veces parece sólo un chequista disimulando. Cada día menos, eso sí. Y debemos reconocerle que con sus fechorías polanquistas está ayudando mucho al NO donde más falta hace. ¡Gracias, ZP!