Día 1 de febrero de 2005. Día trágico para los españoles. Día de la humillación de España. Ayer hubo motivos sobrados para sentir vergüenza de unas elites políticas que nos conducen al abismo. Sólo hubo una excepción, Mariano Rajoy. Nada bueno traerá ese día para la democracia española. Ayer comenzó la fase final del desmembramiento de España. ZP pasará, sin duda alguna, a la historia trágica de España. Lo oído ayer en el Parlamento español es para preocuparse. El presidente de Gobierno ha permitido que la nación española sea humillada. Él mismo, su discurso delicuescente y destrabado, ha contribuido decisivamente, junto a todos los nacionalistas vascos y catalanes, a mancillar a la Constitución española.
ZP está entregado al nacionalismo antiespañol. ZP, de acuerdo con su jefe político, Maragall, ha montado un aquelarre antidemocrático, más propio de regímenes populistas que de una democracia avanzada. Ha querido institucionalizar un procedimiento de discusión de la reforma de Estatutos para hacer saltar la unidad nacional. Ayer fue el ensayo general del fin de la nación española. Gravísimo es que ZP haya permitido discutir una ilegalidad, basándose en una ampliación extraña e ilícita del derecho de Propuesta de los parlamentos autonómicos; pero son mucho más graves, casi una entrega al nacionalismo, las palabras de ZP en el Parlamento de la nación.
Su primera intervención no sólo fue un balón de oxígeno a los separatistas, sino sobre todo un NO a España, un desprecio a la existencia histórica y constitucional de España. A partir de ahí, todo el discurso de ZP fue vacío. Nada. ZP parecía un pobre funcionario de una nación que se va a pique. Era para llorar. Parecía que la suerte ya estaba jugada. La ciudadanía españolo ha sido humillada no tanto por demagogos, nacionalistas y terroristas como por su presidente de Gobierno.
Por fortuna, el discurso de Rajoy levantó el ánimo de los españoles. Su discurso fue brillante, contundente y real. Con los pies en la tierra, o sea con realismo, mostró que es una alternativa de Gobierno a quien ya no quiere detener el proceso de desintegración de España. ZP ha querido humillar a los ciudadanos españoles, y quizá lo haya conseguido, pero el discurso de Rajoy ha dejado claro, como si se tratara de un presidente de Gobierno, que ayer era el día de negar a los enemigos de la Nación. Rajoy ha justificado doctrinal, política, jurídica, histórica y sociológicamente su negativa al desmontaje del Estado de Derecho, que ha propiciado ZP con la discusión de un texto que es todo un asalto perverso y ventajista a la Nación. En segundo lugar, ha justificado su negativa a negociar con terroristas. Y, en tercer lugar, ha defendido el derecho de las víctimas, de los asesinados por ETA, a seguir siendo modelo de democracia para España.