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José Carlos Rodríguez

El poder de la libertad

La del actual presidente es una visión a largo plazo, que más que defenderse de un poder central agresivo pretende reformar las bases enfermas en que se asienta el terrorismo y otorgar a las sociedades los medios necesarios para defenderse

El pasado jueves el mercurio caía por debajo de los cero grados enfrente del 1600 de Pennsylvania Avenue, pese a que lucía el mortecino sol de invierno. Ese día George W. Bush pronunció uno de los mejores discursos de inauguración de la Presidencia de la historia, en el que logró aunar idealismo y realismo. El suyo fue un discurso de programa para los próximos cuatro años, pero fue también una visión de la historia y del papel de su país en el mundo. Una llamada a la lucha contra la tiranía y un alegato de optimismo.
 
Pese a tanta mala literatura en torno a las conspiraciones judeo-neoconservadoras en Washington, resulta que el ideólogo de la Administración Bush es su propio titular. Dijo el reelegido Presidente: “Hemos llegado, por los hechos y el sentido común, a una conclusión: la supervivencia de la libertad en nuestra tierra depende cada vez más del éxito de la libertad en otras tierras. La mejor esperanza en nuestro mundo es la expansión de la libertad en todo el mundo”. La victoria de la libertad frente al comunismo, tras la II Guerra Mundial, fue solo comparable a la histórica derrota del socialismo. Tras haber sido derribado el muro de Berlín, el mundo vivió una década de impasse en la lucha de la tiranía contra la libertad. Pero se ha reanudado, aunque no con un enorme poder central enfrente, sino con la dispersa realidad terrorista. Mas la historia no se detiene, como pretendía el neohegeliano Fukuyama, sino que se renueva con el eterno conflicto entre la defensa y el ejercicio de los derechos del hombre y las ideologías que justifican la rapiña y la represión. Bush comprobó dolorosamente que su país no estará seguro mientras se mantengan los regímenes erigidos sobre el odio y la opresión, porque su país será siempre un claro objetivo; precisamente por los valores que encarna la primera democracia del mundo.
 
Dice George Bush que “hay solo una fuerza en la historia que puede romper el reino del odio y del resentimiento y deja al descubierto las pretensiones de los tiranos, y recompensa las esperanzas de los decentes y tolerantes, y es la fuerza de la libertad humana”. El realismo que combatió el comunismo se apoyaba en cualquier régimen que no estuviera controlado por la Komintern. La del actual presidente es una visión a largo plazo, que más que defenderse de un poder central agresivo pretende reformar las bases enfermas en que se asienta el terrorismo y otorgar a las sociedades los medios necesarios para defenderse. Este optimismo parece wilsoniano, pero está lejos del discurso naíf del Presidente de la I Guerra Mundial, ya que la de Bush es una visión que se enraíza en los ideales de la Declaración de Independencia y que tiene la seguridad de sus compatriotas como objetivo. En este sentido, la búsqueda de una sociedad de propietarios viene a ser otro aspecto de la misma forma de ver una sociedad en transformación.
 
Bush no hizo mención de Afganistán ni de Irak, que en breve recuperará las libertades políticas tras haber derrocado al tirano y genocida del poder. Pese a que estaban en la mente de todos, el Presidente quiso ir más allá del momento histórico. La historia, dice el reelegido Bush, tiene un sentido, o una explicación en la eterna lucha por y en contra de la libertad, y Estados Unidos juega ahí un papel especial. La creación de USA no está sujeta a las contingencias de la historia, sino a la búsqueda de hacer realidad los derechos del hombre más sagrados. De ahí lo extraordinario de su papel: “La influencia de América no es limitada, pero afortunadamente para los oprimidos, la influencia de América es considerable y la utilizaremos con confianza en la causa de la libertad”.
 
La de George W. Bush puede ser una presidencia revolucionaria. La izquierda, en los Estados Unidos, ha unido su posición al idealismo y a palabras como derechos, igualdad, libertad, aunque en el ejercicio del poder hayan socavado su significado hasta dejarlas irreconocibles. Hoy es el conservadurismo bajo el liderazgo de este Presidente el que retoma esos ideales, en lugar de refugiarse en la mera reacción contra elprogresismo. En ese sentido, y en otros más prácticos como laparcial privatización de la seguridad social, Bush puede convertirse en un nuevo Franklin D. Roosevelt y marcar la marcha de la política estadounidense durante décadas.

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