Cuatro horas duró una reunión en la que, oficialmente, no se iba a negociar nada. El presidente del Gobierno y el de la Comunidad Autónoma vasca sostuvieron en la tarde de ayer una absurda farsa que vino a confirmar lo que ya muchos antes habían previsto, es decir, el diálogo con los nacionalistas no existe y la decisión de Juan José Ibarreche de tirar para delante es definitiva e inamovible.
Por un lado, no deja de sorprender cuál es el concepto de diálogo y negociación que tiene el lehendakari. El proyecto de reforma estatutaria no admite discusión; o se toma o se deja. Si se toma Ibarreche se lava las manos y las consecuencias que de esa decisión suicida se derivarían son de sobra conocidas. Si se deja, el presidente vasco daría por cerrado el círculo y, automáticamente, convocaría un plebiscito para su aprobación en las tres provincias vascas. No existe vuelta atrás, no hay lugar a engaños
Por otro, es cuando menos curioso que un político que se llena la boca -a la mínima que tiene oportunidad para ello- de buenas palabras de tolerancia, diálogo y entendimiento sea, en la práctica, tan intransigente en sus postulados. La oferta que hizo ayer en la puerta del Palacio de la Moncloa no puede ser más indicativa de esto. Iba cargada de ese veneno lento de las amenazas que viene inoculando a la sociedad española desde que fue investido lehendakari hace seis años. Ibarreche no pudo ser más claro, empezó su intervención en vascuence, con todo el significado que ello entraña, y reservó la parte en español del discurso para desgranar los motivos por los que se había dignado a viajar a la capital.
Su propuesta, dijo, “no es para romper, es para convivir con España”. Su propuesta quizá, la región a la que representa ya convive con el resto de España desde hace siglos aunque a él y a sus socios abertzales no les guste lo más mínimo. El presunto nuevo “modelo de relación entre Euskadi y España” es en sí mismo una aberración porque una cosa no es distinta de la otra, el País Vasco es una parte de un cuerpo nacional y jurídico conocido como Reino de España y, por lo tanto, sólo a través de una Ley acorde para toda la Nación pueden darse modificaciones para cualquiera de sus regiones. El País Vasco es una región y, por mucho que se empeñe el partido que allí gobierna, sus legisladores no pueden saltarse a la torera las leyes que rigen en el resto del país. El llamado Plan Ibarreche se las salta, dinamita la Ley principal que regula la convivencia de todos y vulnera el principio de soberanía en ella contenido. El resto son juegos florales en politiqués –a los que son tan dados nuestros representantes– y amenazas de matón de barrio.