En el anterior revocatorio, Felipe y el otro echaron mano de Súper García para colocarle al personal que la OTAN en realidad era la UNICEF. Y como coló, ahora nos vienen con Loquillo, que va a vendernos que Europa ya no es el cuarto satélite de Júpiter, sino el Séptimo de Caballería; y que tranquilos, que llegado el caso, los Cien Mil Hijos de Giscard cruzarían la frontera por el prurito de que el consorte de Sonsoles no pasase a la Historia como Boabdil II que es lo que le pide el cuerpo. En ésas estamos, en que nos tomen de nuevo por Los Trogloditas.
En ésas y en vísperas de la infamia. Y con Rodríguez, a falta de una sola idea, apelando como siempre a otra viruta de humo; una que en su día vendiera Vázquez Montalbán en el mercadillo de la bisutería retórica: la razón democrática. Ese latiguillo que no significa nada, podría sin embargo ser llenado de contenido con sólo aplicarlo a las secuelas de los referendos más importantes que se han celebrado en España: el de la Ley de Reforma Política de 1976 y el de la Constitución de 1978. En el primero, todas las fuerzas que propugnaban la ruptura –un abanico que reunía desde los comunistas hasta los separatistas, pasando por el PSOE– se agruparon bajo un eslogan que rezaba: “Abstenerse es votar por las libertades”. Llegado el momento, participó más del ochenta por ciento del censo, gracias a lo cual arribaron las libertades. Ese alto nivel de sufragios, a su vez, legitimó a ojos de la oposición –por lo que podríamos llamar razón democrática– a la Transición como un camino de la ley a la ley.
Sin embargo, en la segunda consulta ocurrió lo mismo pero al revés; concretamente en una región: Vascongadas. Aunque los vascos –y las vascas– votaron mayoritariamente sí a la Constitución, la elevada abstención que se produjo allí fue leída por la izquierda y los nacionalistas como la justificación inapelable de un rechazo real de la Comunidad a la Carta Magna. Borges pensaba que la democracia es un abuso de confianza en la estadística; éstos creen lo mismo cuando se da el caso de que las urnas quedan medio llenas. Esa doctrina, canónica entre fuerzas que ahora representan la mayoría parlamentaria en España, podría llamarse realismo sucio o mágico, mas como esas etiquetas ya están ocupadas, ¿por qué no bautizarla razón democrática?