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Agapito Maestre

El ruido de la calle

Todo es populismo barato. Todo es fascismo sin correaje. Todo es ocultación de una nación a la deriva. Basta ya de engañarnos hablando de "izquierda" y "progresismo".

Pasó la Pascua Militar. Ya ni siquiera hay ruido de sables. Todo es retórica. Un inmenso árbol burocrático sin flores ni frutos. El jefe de los maragalles rabiaba en silencio, mientras la retórica real tapaba el ruido de la calle. Pasó la Pascua Militar con repetitivas declaraciones al sol… ¡Y ahora qué! ¿Quién conseguirá poner en contacto a la calle con los que viven entre espesas moquetas y alfombras ministeriales?, ¿quién relatará que los gobernantes tiene que gobernar mirando a los ciudadanos?, ¿quién tendrá coraje de contar lo que está pasando? Me temo lo peor. Los medios de comunicación como creadores de opinión pública política son, hoy, más un problema que una solución. La "Efémera" es, hoy, en España una diosa arbitraria y antojadiza, pero predomina su carácter medroso y contemporizador con los farsantes; por ejemplo, el Gobierno embucha en nuestra prensa escrita unos extractos de un bodrio llamado "Constitución Europea" e, inmediatamente, todos guardan silencio. La crítica política desaparece. Don dinero, la gran olla, el Presupuesto, o como quiera que se llame, tapa la boca del editorialista más perspicaz. Y de la televisión nada bueno puede esperarse. Niega lo real o, peor aún, convierte lo político en una sección de sucesos.
 
Sólo quedan algunos programas de radio, especialmente cuando participan los oyentes, para extraer una idea de los ruidos de la calle. Los oigo con atención, los paso por el crisol del entendimiento y, a veces, me dan la verdadera clave de la opinión de un pueblo. Algunas hebras de esa clave son diáfanas: Afanarse en llamar democracia a lo que estamos viviendo en España es patético. Intentar describir con categorías políticas normales el fracaso de la democracia española es una tarea inútil. España parece un gentío desgobernado por el totalitarismo social-nacionalista. Cualquier cosa vale, excepto respetar la base de la democracia: no convertir al adversario político en enemigo. El PSOE no soporta la existencia de una alternativa política plausible a su desgobierno. Falsificación del lenguaje, desprecio a la Oposición, romper cualquier continuidad con lo llevado a cabo por el anterior Gobierno, engañar, mentir, dejar que los más miserables, los nacionalistas, se lleven lo mejor de la gran olla, el Presupuesto, negar, en fin, cualquier vínculo con la Oposición es la "estrategia" del Gobierno de Rodríguez para alcanzar su principal objetivo: Negar la Nación, especialmente a esa parte de la Nación que representa el PP, España.
 
Todo es populismo barato. Todo es fascismo sin correaje. Todo es ocultación de una nación a la deriva. Basta ya de engañarnos hablando de "izquierda" y "progresismo". El socia-nacionalismo, que está en el poder, olvidó por completo, si es que alguna vez alcanzó a saberlo, el contenido emancipatorio que a veces albergó esa tradición política. Estamos ante el ataque más perverso que la democracia española haya vivido nunca. Gente que no cree en nada ocupa las instituciones sin otro objetivo que mantenerse en ellas para sobrevivir. Hablemos claro. Esta gente desconoce la democracia. Para ellos es sólo un nombre para detentar el poder. Su comportamiento totalitario protege a los golpistas del País Vasco. Éstos aprueban un plan, o mejor, una estratagema para acabar con el Estado de Derecho y, encima, sus aliados en el Parlamento de España lo admiten para que sea discutido entre los partidos.
 
El trámite mismo de admisión de ese plan es ya odioso; admitir un papel para discutir sobre él, incluso, sabiendo que a los secesionistas les importa un rábano lo que diga el Congreso es un crimen de guante blanco, o sea, hacernos perder el tiempo a todos los españoles de bien. Esto no es hipocresía. Esto es, sencillamente, una desvergüenza. Únicamente quieren ganar tiempo para "persuadir", embaucar e imponer a la ciudadanía un Estado Confederal, un triste Estado sin España, cuando les llegue la Orden de Maragall y el negociador de Perpiñán. Lo surgido de un Parlamento dominado por terroristas y golpistas no puede ser aceptado por ninguna sociedad normal. Más aún, cuando a una democracia madura se le plantean propuestas que dañan al propio sistema democrático, los proponentes son duramente castigados penal y socialmente.

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