Aznar se ha quitado la espina que desde hace siete meses tenía atravesada en el gaznate del alma, algo que no le dejaba respirar y, a la vista de su demacrado aspecto filiforme, ni siquiera comer. Ayer estuvo mucho más calculador de lo que parecía, mucho menos improvisador de lo que dio a entender, mucho más astuto que sus contrincantes y, a fuerza de bofetadas y de mantener siempre la distancia con lo que parecía un enjambre de pesos mosca rodeando a un peso superpesado, logró algo más que una reivindicación personal, aunque también nada menos que eso: una reivindicación personal del mejor presidente de Gobierno en muchísimos años. Al menos en lo que a economía y política exterior se refiere, claves de cualquier Gobierno duradero en sus fines y benéfico en sus medios.
La clave del éxito de Aznar en la jornada parlamentaria de ayer está en algo que los socialistas, tradicionalmente reñidos con la verdad, no alcanzan a entender: que, en lo sustancial, el Gobierno no mintió el 11M, el 13M o el 14M. Ni entonces ni ahora. Aznar hizo, además, un excelente discurso-preámbulo que, con la eficaz participación de Eduardo Zaplana (reivindicado en su línea combatiente dentro de la Comisión del 11M) preparó una jornada de sabor agridulce pero de honda satisfacción para el PP y para sus diez millones de votos. Porque algo habrá subido desde aquellos 9.700.000 del 14-M. Si uno se acerca a la letra pequeña de la intervención de Aznar, se advierten auténticos boquetes políticos, así todo lo relativo a la Policía y la Guardia Civil de Asturias y no sólo de Asturias. Pero como la Oposición no se fijó en la letra sino en la música y su partitura es la de Don Jesús el del Bombo, el resultado fue catastrófico para la Izquierda en general y el PSOE en particular. Tampoco la SER se fue de vacío, no en balde Aznar supo ponerla en ridículo por sus errores, involuntarios o voluntarios, y la colocó en una situación de imposible defensa a propósito de ese premio Ondas que la SER se concedió a sí misma por la hazaña de aquellos días de mentiras golpistas e infame manipulación. Cebrián ha querido remachar tanto el clavo que, al final, se ha dado con el martillo en el dedo. El sectarismo tiene estos gajes. No merece menos.