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Rubén Osuna

La muerte del libro

Y en estas viene Gates a decirnos que el libro morirá. Este hombre llega, como a casi todo, un poco tarde

Dijo el bueno de Bill Gates que el libro va a morir, y el caso es que ya está muerto. El libro fue en su día un fabuloso invento que supuso un gran avance en la tecnología relacionada con la conservación del conocimiento. A diferencia de las frágiles colecciones de rollos, los "libros" originales, los que hoy conocemos por tales, mantenían unidas hojas resistentes que, además, se conservaban extendidas y protegidas por unas gruesas y resistentes tapas. Ese invento podía costar lo mismo que un caballo y una armadura, lo que hoy sería el equivalente de una fábrica. Eran auténticos tesoros. Pues bien, esa idea de libro desapareció del planeta hace mucho, mucho tiempo, aunque no fue sólo para mal.
 
Cuando el artefacto redujo su coste relativo el acceso a sus contenidos se fue popularizando, y así el libro dejó de ser un contenedor de saber diseñado para durar y pasó a ser un vehículo de transmisión. Se potenciaron otras características para un mejor cumplimiento de su nuevo fin, y el libro se hizo pequeño, barato, reproducible. La imprenta fue una contribución decisiva a la muerte del libro. La última expresión del libro ‘moderno’ son las grandes tiradas de libros de bolsillo. Las cubiertas son poco más que papel, y están destinadas sólo a llamar un poco la atención, o a identificar una colección. ¡Y qué papel! Cualquier librito con unos pocos años a cuestas se nos deshace en las manos. Leer y tirar, o reciclar, que es más fino, comprometido y ecológico. Cuesta más el espacio que ocupan que el propio libro. Tesoro en otros tiempos, hoy molestan. No sirven ni para decorar. ¡Quién te ha visto y quién te ve!
 
Poco de lo que acumulan nuestras bibliotecas actuales aguantará unos cuantos siglos. Los conocimientos fluyen como nunca pero, al contacto con el aire, ese fluido maravilloso se evapora. No hay remansos. Y en estas viene Gates a decirnos que el libro morirá. Este hombre llega, como a casi todo, un poco tarde. Su reflexión es de una superficialidad desalentadora. El hombre que representa la tecnología en nuestros días no sólo no trae respuestas satisfactorias al viejo problema del libro, preservar el conocimiento, sino que además ni siquiera parece haberse percatado del mismo. La imagen de nosotros que tendrán nuestros descendientes en un futuro lejano, si alguna, dependerá en buena medida de cuánto les llegue, embotellado, de lo que fluye hoy. Nada se recordará de Gates, que sólo piensa en vendernos libros sin papel. Ya no habrá ni que tirarlos.

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