El Secretario General de la ONU, Kofi Annan, escribió hace unos días al Presidente Bush, primer ministro Blair y primer ministro iraquí Alaui, emplazándoles a cancelar la prevista operación para tomar Faluya, porque, en otro caso, "se profundizaría el sentido de alienación…reforzándose la percepción de continuación de la ocupación militar". A Annan la ocupación militar por salvajes terroristas le producía una benévola sensación de paz interior, pero el pensamiento de que emprender una operación contra ellos basta para enervarle.
Poco después, el Secretario General se lanzaba a la elegía y el ditirambo con motivo de la muerte de Arafat, ordenando que la bandera de la Autoridad Palestina ondeara a media asta en la Sede de ONU (hay que recordar que la Autoridad Palestina tiene estatuto de Observador en la ONU, es decir, no miembro, y la decisión era protocolariamente atípica). Annan calificó la muerte de Arafat como "trágica". A Annan no se le ocurrió este adjetivo, ni ningún otro, para definir el genocidio en Ruanda (entre 1 y 2 millones de personas asesinadas en 1994); Bosnia (300.000 muertos entre 1992 y 1995) o Sudán (2 millones en los últimos 10 años). De hecho no se le ocurrió escribir una carta o hacer ninguna otra gestión desde su cargo de Secretario General Adjunto para el Mantenimiento de la Paz hasta 1997, o Secretario General, a partir de entonces, para tratar de impedir, paliar o siquiera protestar por la muerte de 5 millones de inocentes. En realidad, ha hecho lo posible desde esos cargos para crear las condiciones necesarias para las matanzas, no vaya a profundizarse "el sentimiento de alienación" de los masacrados o verse perturbada la tranquilidad de su conciencia. Años después, la ONU ha publicado un par de informes reconociendo la "responsabilidad" de la ONU en esas instancias. Por lo demás, pelillos a la mar. Aparentemente, en la Organización, ese tipo de idiocia moral funciona.
Lo que realmente quita el sueño y excita a la bellísima alma de Annan es el saber que no todos los años San Martín se celebra como debe, pero tal vez alguno sí. El lunes día 15 comenzaron las sesiones del Subcomité de Investigaciones del Senado americano que averigua los límites (como el universo, en continua expansión) del mayor fraude en los anales internacionales: el programa "petróleo por alimentos". Durante buena parte de los 11 años de su existencia, el Secretario General administró esta operación teóricamente dirigida a financiar el suministro de alimentos, medicinas y otros artículos humanitarios a Irak, a cambio de las exportaciones de petróleo. Por el camino, unos 20.000 millones de euros fueron desviados para el enriquecimiento personal de Sadam, de contratistas y funcionarios internacionales y sobornos a determinados gobiernos y empresas (incluidos algunos medios de comunicación). Annan calificó la invasión de Irak como "ilegal". ¿Qué calificativo le merecen en derecho las actividades de la "cosa nostra" que ha dirigido durante estos años?
Sadam siempre había sido adepto a coger algunas comisiones de aquí y de allá. Pero fue cuando Annan ascendió a Secretario General, en 1997, y estableció la Oficina de gestión del Programa citado, que respondía directa y solamente ante él, cuando el éxito financiero de Sadam alcanzó proporciones astronómicas. Al menos 10.000 millones de euros fueron a parar al bolsillo de Sadam –y de éste a traficantes de armas, grupos terroristas o, más tediosamente, a sus cuentas off shore– desde la creación del Programa, por el rutinario procedimiento de inflar el precio de los contratos o recargar los gastos de gestión. Un beneficiario inmediato del Programa fue la empresa suiza Cotecna, que obtuvo un contrato de suministro por valor de 4,5 millones de euros poco después de que el hijo de Kofi Annan, Kojo Annan, comenzara a trabajar en la firma como consultor.
Mientras las indagaciones continúan, el benefactor de Faluya ha rehusado toda cooperación con los investigadores o la puesta a disposición de las 55 auditorias internas sobre el Programa, presionando a todos sus funcionarios para no cooperar con el Congreso americano. Annan nombró su propia Comisión Investigadora hace unos meses, dirigida por el ya anciano ex director de la Reserva Federal, Paul Volcker, y presuntamente independiente. Independiente, claro está, si uno olvida que la Comisión sólo puede informar al propio Annan y que sus trabajos se financian con cargo al Programa "Petróleo por Alimentos", en un despliegue de cinismo que corta la respiración.
Al frente de Naciones Unidas han desfilado en los últimos treinta años un ex oficial de las SS, Kurt Waldheim, y dos diplomáticos de probidad menos que intachable. Y sin embargo, Kofi Annan era el predestinado a poner a la ONU en el mismo plano de Sadam Hussein y colocar a la Organización enteramente fuera de la ley. De cualquier ley, nacional o internacional. Con tres genocidios consentidos en su currículo y el más ignominioso fraude de la historia, Kofi Annan debería probablemente responder ante algún tribunal penal por cargos de fraude, apropiación indebida y cohecho, si no fuera porque la multiplicidad de la compañía hace ese procesamiento casi utópico. Y aún así, tal vez termine ocurriendo. Entre tanto, la Asamblea General y el Consejo de Seguridad deberían ir empezando a pensar en un procedimiento de separación del personaje de su cargo. Sólo por lo que se conoce hasta ahora, que ya es más que suficiente.