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José Carlos Rodríguez

El futuro de los demócratas

Es el republicano el partido de las reformas, mientras que los demócratas se han quedado en la resistencia a las mismas; en estas elecciones han sido ellos los conservadores

Cuanto más se acerca uno a los resultados de las pasadas elecciones, más se agranda la victoria de George W. Bush y la derrota de los demócratas. Y su significación parece indicar un cambio más que coyuntural, que debe llamar a la reflexión al partido de Andrew Jackson y John F. Kennedy. Los republicanos han aumentado el porcentaje de voto en los Estados en que ganaron en 2000, pero también lo han hecho en aquellos que han apostado mayoritariamente por John Kerry. Por otro lado se están produciendo movimientos demográficos que pueden tener efectos electorales permanentes (como se puede llamar en política lo que va más allá de cuatro años). Los ciudadanos se están desplazando de Estados mayoritariamente demócratas a los más pro republicanos. Como los votos electorales se distribuyen en función de la población, ello beneficiaría la elección de futuros Presidentes republicanos.
 
Pero hay dos procesos quizás más preocupantes para los demócratas. La pérdida de conexión con gran parte del americano medio y el haberse quedado huérfanos de un discurso que case con el momento histórico. Todo ello se ha visto claramente en las elecciones de noviembre. Sólo un tercio de los votantes demócratas tenían al candidato como razón de su voto. El argumento, a uno y otro lado del voto, era George W. Bush y su política. El demócrata ha sido abrumadoramente un voto negativo. Contrario a la visión de Bush de la lucha contra el terrorismo, y a las reformas que ha propuesto en la campaña. Es el republicano el partido de las reformas, mientras que los demócratas se han quedado en la resistencia a las mismas; en estas elecciones han sido ellos los conservadores. Sus fórmulas son cada vez menos efectivas. Siguen apelando a que el contrario es un conservador o un derechista; pero ya no suena como una sentencia condenatoria. Porque detrás del partido republicano hay ideas que hablan de reforma y de mejora y concuerdan crecientemente con los pensamientos y sentimientos de muchos. Es el caso de quienes poseen armas. La libertad de armas se ha ido imponiendo en la última década y media Estado tras Estado, y con ella el número de ciudadanos que recurren a las armas para defenderse. Y funciona, porque en estos Estados ha descendido notablemente el crimen. Muchos de estos rechazan a los demócratas, tradicionalmente favorables al control.
 
La pérdida de contacto con el americano medio, donde encontraba antaño su mayor fuerza electoral, se ha dejado ver de forma espectacular en estas elecciones. El vacío ideológico ha estado financiado con cantidades mareantes por las primeras fortunas del país, con George Soros a la cabeza, que ha invertido más de 20 millones de dólares en la derrota de Bush. Son muchos millonarios los que le han acompañado, con cifras del mismo orden y menores. Y cuando nos acercamos a los primeros contribuyentes republicanos, vemos que las cifras se acercan más a los cuatro millones. Qué decir de Hollywood. Se ha volcado como nunca en contra de los republicanos. Pero esa enorme apuesta, si bien ha reforzado la opinión de una parte importante de los estadounidenses, que hubieran votado de todos modos por John Kerry, ha alejado más a los demócratas del regular Joe, el votante medio que ve en ellos lo opuesto a un modelo moral o de comportamiento.
 
Los demócratas necesitan reaccionar. La cuestión es cómo. Lo primero que han de hacer es no permitirse restar importancia a la lucha contra el terrorismo. Aunque pueden llegar a propuestas distintas de sus oponentes políticos, el ciudadano tiene que ver que ninguno de los dos partidos flaquearía a la hora de luchar contra los declarados enemigos de la democracia, y en concreto de los Estados Unidos. Por otro lado deberían desembarazarse cortésmente del glamoroso abrazo de multimillonarios, abogados y actores. O mejor, enterrar su apoyo, sin renunciar a él, en una clara visión de cómo ha de ser la sociedad, pero que esté más de acuerdo con las preferencias de los electores. Aunque para ello tengan que desechar alguno de los eslóganes más queridos. El único Presidente demócrata que ha sido reelegido desde el nefasto Franklin D. Roosevelt ha sido Bill Clinton. Y llevó el partido a posturas más moderadas. Una clara indicación de hacia dónde habrá de dirigirse en el futuro.
 
Por cierto, respecto a la prensa, que mayoritariamente –más que nunca– se ha aliado con los demócratas, quizás debería hacer sus propias reflexiones.

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