Que la cantante de un grupo de segunda fila llame "ladrones" y "gentuza" a los usuarios de los programas P2P ya no debería ser noticia. A estas altura de la guerra declarada de la propiedad intelectual los insultos no deberían ocupar ningún titular. Pero bueno es que lo hagan, pues retratan a la perfección la pérdida de papeles a la que han llegado tanto la SGAE como sus acólitos. Aurora Beltrán ha ejercido en sus declaraciones, muy meritoriamente, como la voz de su amo. No es el papel más digno, ni el más inteligente, pero probablemente sí el más rentable a corto plazo.
Pero por más declaraciones que se hagan, por más presión que se ejerza sobre los gobiernos, por más leyes que se aprueben para perserguir el intercambio de contenidos, por más cánones injustos y desmedidos que graven nuestros soportes magnéticos, las situaciones de hecho tienen la mala virtud de ser tercas. Poco se puede hacer cuando millones de usuarios han descubierto las virtudes del libre intercambio de contenidos y han decidido que esa libertad es más importante que la legalidad de un negocio fundamentado en un concepto –el de propiedad intelectual– cuya plasmación legislativa es anacrónica, y cuya traslación al mundo de los negocios carece de fundamento cuando la realidad social ha redefinido el concepto y considera legítimo lo que en la letra de la ley es ilegal. Que nadie se asuste, no se trata de cerrar el chiringuito, sino de adaptarse a la situación con gracia, inventiva y sabiendo comprender la dimensión del cambio.
Naturalmente, esto no va a suceder de la noche a la mañana. En esta guerra de la propiedad intelectual hay quien piensa que hay que bailar sobre la tumba del cadáver, y hay quien, más razonablemente, considera que hay que arrimar el hombro para buscar soluciones creativas que posibiliten redefinir el panorama de la creación intelectual para permitir que los artistas y sus intermediarios se ganen la vida. Curiosamente, los artistas, a menudo utilizados como voceros de las sociedades de gestión y discográficas, tienen muy poco que temer con la piratería y mucho que ganar. Por muchos malos tragos que pasen las sociedades de gestión y las productoras en el futuro, el artista que depende de su talento jamás verá amenazadas sus lentejas; muy al contrario, la "piratería" le hará ganar fans y recaudar más en sus conciertos. Insultar a quienes te escuchan, admiran y pagan por tus conciertos se presenta, pues, como una muy estéril vía de combatir el fenómeno.