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Guillermo Rodríguez

Por la boca muere Eco

Por la boca muere Eco cuando embiste contra los intelectuales (él es uno) que opinan “de y sobre todo” sin tener la más remota idea.

Por la boca mueren el pez, Oscar Wilde (Pessoa dixt)… y Umberto Eco. En una entrevista concedida al diario alemán Die Welt, el semiólogo italiano y autor de sesudos best-sellers (si es que la contradicción es posible) ha lanzado una buena andanada contra Internet. Dice Eco que la Red lleva camino de fomentar la incomunicación total y fulminar los referentes culturales comunes al facilitar que cada persona construya su propia enciclopedia del saber. ¿Conflicto entre el Islam y Occidente? Ni de lejos. El gran peligro del siglo XXI, sostiene Eco, es Internet, que provocará que “6 .000 millones de personas tengan 6.000 millones de enciclopedias distintas y ya no puedan entenderse entre ellos para nada”. Nos colocaremos algodones en los oídos, seremos no ajenos, sino reacios al contacto, y el pensamiento único predominará, pero no en el sentido actual sino en otro bien distinto: usted con su pensamiento, yo con el mío y así.

Por la boca muere Eco cuando embiste contra los intelectuales (él es uno) que opinan “de y sobre todo” sin tener la más remota idea. He ahí la contradicción: Eco filosofa, al parecer sin demasiado criterio, sobre Internet al tiempo que se tira a la yugular de los eruditos que filosofan sin conocimiento. En fin.

Al contrario de lo que sostiene Eco, más que generar incomunicación global, Internet coadyuva a la comunicación total, al conocimiento total. Llegará un día, ese futuro opaco, apocalíptico e individualista que vaticina Eco, en el que todos los habitantes dispondrán de acceso a la Red, al mayor canal de información de mundo. El mismo semiólogo pone sin quererlo el ejemplo: la cultura desempeñaba una función de filtro que determinaba que "saber cuándo murió Julio César es importante, mientras que la fecha de la muerte de su mujer no". La diferencia es que si hace cinco años uno trataba de saber cuándo falleció Calpurnia debía desempolvar viejas enciclopedias. Hoy se encuentra en 0,33 segundos, el tiempo que tarda Google en desplegar los resultados de la búsqueda.
 

 
Derogar, como ha hecho el estado de California, la ley que obligaba a las empresas a comunicar a sus empleados que la conexión a la Red o el correo electrónico están vigilados es puro esperpento. No son justificables los argumentos que sostienen que, al ser la compañía la propietaria de la computadora y la que costea el acceso a Internet, tiene derecho a escrutar la navegación o los mensajes que envía su plantilla. Menos aún que sea innecesario advertirlo porque los empleados ya dan por supuesto que las actividades 'on line' están supervisadas en el trabajo. Se empieza así y se termina instalando micrófonos en la cocina para saber qué se cuentan los trabajadores mientras se toman el café. Al fin y al cabo, el alquiler de la oficina y el café lo paga la empresa. ¿Es suficiente motivo como para entrometerse en la privacidad de las personas que trabajan para ella? Sinceramente, no lo creo.
 

 
Un síntoma evidente de que los valores tecnológicos recuperan el aliento es que el Nuevo Mercado ha recuperado, después de dos largos años de agonía, los 2.000 puntos. Su referencia, el Nasdaq, hace tiempo que se desprendió de la flecha roja y descendente para volver a la verde y ascendente. eBay, Yahoo! y desde hace un mes Google constatan día a día de que después de la tempestad llega la calma. O que después del crack viene la recuperación. Y sobre todo, que los negocios en Internet no son una quimera, sino una realidad.

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