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José Carlos Rodríguez

¡No es la economía, estúpido!

George W. Bush corre el riesgo de pasar a la historia como el primer presidente que cierra un mandato con un menor número de trabajadores que cuando llegó al poder, lo que no ocurría desde Herbert Hoover, en plena Gran Depresión. Precisamente el recuerdo de la experiencia de su padre, expulsado del poder en el primer mandato por la mala situación económica y por subir los impuestos cuando había prometido lo opuesto, ha llevado a Bush Jr. a seguir una estrategia distinta. No ha tenido reparos a la hora de aumentar el gasto, y no sólo en la partida militar, sino en otras como la educación o, especialmente, la sanidad. Este aumento del gasto no le ha impedido una importante rebaja en los impuestos, con el objetivo de que aviven la actividad privada, especialmente en un momento de crisis económica, como el que le ha tocado gestionar.
 
El resultado inicial de esta estrategia de política económica parecía tener un éxito solo parcial. La economía se recuperaba, sí, pero no el empleo. Este fenómeno hacía que todos los modelos econométricos se relevaran desfasados e ineficaces, ya que preveían sin apenas excepción mayor creación de empleo que la que finalmente tenía lugar. La explicación parece obvia, aunque no lo sea: la deslocalización, que exporta trabajos a China e India y mantiene en el desempleo, se dice, a millares de americanos. Expediente perfecto para que el partido demócrata y el protocandidado John Kerry lancen demagógicas proclamas en contra del comercio internacional. Si a esto le unimos que los demócratas sin excepción, aunque con diferencias de grado, exigen revocar las rebajas de impuestos de la Administración Bush y le critican por el déficit público, tenemos expuestos los términos del debate económico.
 
Pero éste ha ido perdiendo importancia con el curso de los acontecimientos. El lema ¡es la economía, estúpido!, con el que Bill Clinton desbancó a Bush padre del poder tiene cada vez menos importancia. La opinión pública estadounidense, con la mundial, comprueba a diario que la gestión post-guerra del nuevo Irak se está relevando muy compleja y costosa. A ello se añade el denigrante tratamiento a los prisioneros iraquíes en la prisión de Abu Ghraib, que de símbolo de las violaciones de los Derechos Humanos bajo el régimen de Sadam Huseín ha pasado a simbolizar lo más negro de la gestión estadounidense en ese país. Las imágenes, que son lanzadas a la opinión con cuentagotas, le hacen plantearse al ciudadano medio el sentido de una guerra que cada vez recaba menos apoyos.
 
La guerra ha sustituido a la economía como argumento principal, lo que se manifiesta de forma diversa sobre la estrategia de los dos principales candidatos. La pasada semana el presidente Bush dio una conferencia de prensa, la primera de seis que tiene planeadas hasta que el 30 de junio un gobierno provisional iraquí tome en parte las riendas para convocar, por primera vez en casi tres décadas, unas elecciones generales. John Kerry, que apoya la guerra pero critica la gestión posterior por el actual gobierno, está intentando sacudirse la imagen de basar su liderazgo en ser contrario a George W. Bush sin más alicientes. Lo hace fortaleciendo su imagen de Comandante en Jefe eficaz, con sólidos conocimientos en materia exterior y mayor disposición a formar alianzas exteriores más amplias. Kerry tiene suerte. Y es que el sentimiento opuesto al actual presidente es tan fuerte en la izquierda estadounidense que la importante corriente anti-guerra está dispuesta a apoyarle y acallar sus principales críticas al conflicto con tal de que el demócrata sustituya a George W. Bush en el despacho oval.
 
Pero nada está escrito sobre las elecciones de noviembre. Los últimos datos sobre crecimiento económico son realmente buenos, y desde hace unos meses se están haciendo acompañar de un vivo ritmo de creación de empleo, que de nuevo está sorprendiendo a los analistas. Esto refuerza la estrategia de los demócratas de centrarse en Irak, y de hecho ya no se ven con la misma insistencia a correligionarios de Kerry hablando en las televisiones de la recuperación sin empleo. Lo que parecía ser un punto débil de George W. Bush se puede convertir en un gran argumento electoral de aquí a cuatro meses, pero puede quedar eclipsado en parte por la guerra de Irak. En los dos ámbitos se esperan importantes noticias este verano, y de su desarrollo depende en gran medida el nombre del ocupante de la Casa Blanca.

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