La opinión pública mundial está indignada por las noticias que informan de prácticas abusivas, cuando no de torturas, de presos iraquíes en las prisiones estadounidenses y británicas en la zona. Las imágenes ilustran estas prácticas y golpean las conciencias. El asunto es muy grave, ya que se refiere a la violación de los derechos de la persona. Y tiene en este caso una especial relevancia, ya que el ataque a la dictadura de Sadam Huseín se ha hecho en nombre de la lucha contra el terrorismo y la defensa de la democracia y los valores de Occidente, que se contienen esencialmente en los Derechos Humanos. Precisamente los que han sido violados en las cárceles de Estados Unidos y Gran Bretaña en Irak.
La lucha contra el terrorismo se libra en actuaciones policiales y militares y George W. Bush ha hablado de Irak como el “teatro de operaciones” de la misma. Pero hay un aspecto de esa lucha que es al menos tan importante, si no más. Y es la ética. La administración Bush está en lo cierto cuando piensa que estamos en una guerra que no hemos elegido. El terrorismo odia a Occidente por lo que es, y no por lo que hace. No depende de ninguna actuación en Oriente Próximo o cualquier parte del mundo, porque ese odio se fundamenta en el desprecio y la condena de valores como el individualismo, la libertad, los derechos, la igualdad ante la ley. Pero es precisamente ahí donde está la fuerza ética de Occidente y es basándose en estos valores como se puede llegar a justificar nada menos que una guerra.
Por eso las noticias sobre las torturas son tan graves, y por eso urge una política decidida de aclaración de lo sucedido y sometimiento de los culpables a la Ley. Quienes nunca se indignaron por los sistemáticos ataques a los Derechos Humanos llevados a cabo por Sadan Husein, quienes no mostraron su alegría sin reservas por su caída y posterior detención se rasgan las vestiduras ante las imágenes y utilizan hechos tan condenables para extender su crítica al gobierno de los Estados Unidos, a su actuación en Irak e incluso al mismo país presidido por George W. Bush. Esta actitud es hipócrita, porque muestra una indignación que se diluye o se torna justificación cuando quienes atropellan los derechos del individuo son otros.
A ello hay que añadir algunas consideraciones. Los condenables hechos se han producido de forma esporádica, como se han dado en otras ocasiones con otros ejércitos. Su conocimiento ha dado lugar a una investigación oficial que está ya en marcha y el Secretario de Estado de Defensa, Donald Rumsfeld, ha comparecido ante el Comité de las Fuerzas Armadas del Senado y de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos. Las informaciones que han llevado a su conocimiento proceden de organismos internacionales que actuaban con libertad en la zona, como la Cruz Roja Internacional, o Naciones Unidas. La democracia no cambia la naturaleza humana; pero ofrece controles para que sus peores manifestaciones no vayan muy lejos, en lo posible. Todo este desgraciado asunto no resta credibilidad al sistema que representan los Estados Unidos, sino que es una prueba más de su valía.
Pero la hipocresía de algunos, de quienes no se puede esperar más, no debe servir de excusa para una clara, firme decisión de aclarar el asunto y depurar las responsabilidades, judiciales y de otro tipo. Precisamente son las políticas las que han centrado el debate, en torno a la conveniencia o no de dimisión del Secretario de Estado de Defensa, Donald Rumsfeld. Recientemente ha comparecido el Presidente Bush con Rumsfeld a su izquierda, declarando que Nuestro país tiene con él una deuda de gratitud. Bush mantiene así toda su firmeza en la política seguida hasta ahora, y que pasa por la pronta democratización de Irak. Una pretensión muy complicada, pero que si se corona con éxito puede inaugurar una forma de entender las relaciones internacionales con un alcance enorme.