Lo peor que le ha pasado al PP no es haber perdido el poder, con ser bastante, ni la convicción de la injusticia que representa ese despido por parte del pueblo soberano, con ser terrible; lo peor es que no va a tener quien cuente su tarea en la oposición, que todo lo que haga será minuciosamente manipulado; y todo lo que no haga será durísima e implacablemente capitalizado. No: lo peor del PP no es pasar a la oposición, porque esos son los gajes de la democracia; lo peor es el invierno mediático que se le viene y se nos viene encima. Porque la catastrófica política de incomunicación de los distintos gobiernos de Aznar se va a revelar de golpe en toda su siberiana crudeza.
De los multimedia concebidos y diseñados al modo prisaico, mucho comisario y ningún principio, por los que ha ido apostando Aznar (Zeta, Telefónica, Pearson, Prensa Española, Planeta) no queda ya o no va a quedar de aquí a tres meses absolutamente nada. De los medios audiovisuales sedicentemente públicos, de los recaderos y floreros instalados en radios y televisiones, va a quedar menos que nada: cero patatero. Y ese va a ser el gran problema de la derecha española: que por despreciar a sus bases, por vejarlas e ignorarlas con ese centrismo de opereta y ese antifranquismo retrospectivo no menos falso que el del PSOE pero mucho más indigno, se ha quedado sin líneas de comunicación, sin formas de conexión, sin esa forma de respirar en democracia que son los medios de comunicación.
Lo que evitó el PP por los pelos durante la campaña golpista de la guerra de Irak ha triunfado finalmente, por una de esas carambolas del destino, en la misma clave y con la misma excusa. Polanco, el gran beneficiado mediático del aznarismo, ha recompensado a Rato, Aznar y compañía como sin duda merecían: apuñalándolos. Los reductos de pensamiento y reflexión de la derecha que quedan son eso: reductos. Nada comparable en magnitud ni potencia de fuego informativo al imperio de lo privado y al protectorado imperial de lo público. No será porque no lo advertimos a tiempo. No será porque no se viese venir. Pero el invierno de nuestro descontento no surge de ver perder el Gobierno al PP, que tanto nos da. Nos preocupan España y la libertad. En cuanto al poder, como liberales mejor lejos que cerca. Y en cuanto al invierno mediático, hemos nacido con vocación de intemperie. Ya no tenemos que temer al fuego amigo. Con el enemigo, ya contamos. Y no nos arredramos.