Aunque el gobierno cubano insista en ello, no es España el primer inversor en la tiranía castrista. Son algunos empresarios españoles los que comerciaron con Castro. Ahora se lamentan amargamente de que José María Aznar no les ayude a recuperar, fortalecer y aumentar sus inversiones. Víctor Moro –presidente de la Asociación de Empresarios Españoles en Cuba– se quejó hace una semana en La Habana de “la falta de apoyo” del gobierno español a sus negocios en la Isla de las doscientas cárceles. Según Moro, el distanciamiento entre la tiranía castrista y el gobierno español es “injustificado”. El empresario lamentó que no exista hoy una línea de créditos que les permita no asumir tantos riesgos. Ahora piden al ejecutivo español que les ayude a recuperar los 900 millones de euros que les debe Castro. Pero tenían que haberlo pensado antes de prestarse a comerciar con un bandido que robó a miles de sus compatriotas todo lo que tenían. No parece probable que Aznar, o quien le sustituya, escuche sus ruegos. Se equivocaron de socio. Castro les debe casi 1.000 millones de euros que jamás les pagará; sin embargo, abona al contado todo lo que compra en Estados Unidos. No tuvo muchas dificultades para encontrar 500 millones de dólares. Antes de que los productos de la potencia enemiga desembarcaran en su finca, los norteamericanos tenían en su poder la pasta que fueron a buscar a la Prisión-grande.
Jamás nos alegraremos de las dificultades que pueda sufrir cualquier empresario. Sabemos lo difícil que es crear riqueza y puestos de trabajo. Pero los que negociaron con los verdugos de los cubanos no podían ignorar la catadura moral de sus socios. Si decidieron correr todo tipo de riesgos en un país donde no existe ninguna garantía jurídica, cabe esperar que ahora que pintan bastos asuman también las consecuencias de su aventura castro-comunista. Con nadie hubieran compartido los beneficios que les prometieron y que si un día llegaron, ya no llegan. No tenemos por qué cargar con su fracaso. Sólo faltaba que se financiara su ambición y falta de escrúpulos con los impuestos de muchos españoles que huyeron de Cuba con una maleta de tela después de que la robolución les robara hasta el último peso. Los que invirtieron en la Isla-cárcel jamás preguntaron quiénes eran los legítimos dueños de los hoteles, los terrenos, los locales o las fábricas que Castro les ofrecía compartir. Si ahora necesitan ayuda que pregunten por la cuenta del Comandante. Aznar no es Ibarretxe. No tiene como modelo referencial a la tiranía comunista. No puede evitar que se asocien con quienes les plazca, pero no les va ofrecer una línea de créditos blandos para financiar sus negocios allí.
Todo lo que se permita ganar a Castro perjudica a los cubanos y sirve para multiplicar el terror y la mentira. En los dos últimos meses llegaron a Caracas 11.530 agentes enviados por Esteban Dido para entrenar a las milicias de Chávez. Castro puede perfectamente prescindir de las inversiones españolas, pero le resultaría muy difícil sobrevivir sin revender el petróleo que le llega de Venezuela. Los que negociaron con él han de aprender de sus errores y marcharse de Cuba lo antes posible. Ni siquiera pueden confiar en que un futuro gobierno asuma las deudas de quien fuera su verdugo. Ni los españoles, ni los cubanos les deben nada. Como hemos dicho en otras ocasiones, sólo a Castro y a sus cómplices benefició su inversión en los descampados que rodean las más de doscientas cárceles donde se mueren cien mil víctimas de sus socios. Ahora que la ministra de Asuntos Exteriores de España ha lamentado las condiciones que sufren los terroristas detenidos en Guantánamo, no estaría de más que le pidiera al coma-andante que permitiera a la Cruz Roja Española visitar a Biscet, Martha Beatriz, o Raúl Rivero. Guantánamo es un paraíso comparado con la cárcel de Manto Negro. El Tribunal Supremo de Estados Unidos se interesará por los talibanes, pero nadie podrá hacerlo por los activistas de los derechos humanos que Castro ha condenado de por vida. Sólo reciben puntualmente la visita de sus verdugos.