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Zoé Valdés

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Las críticas no pueden ser más patéticas viniendo de donde vienen, de esos demócratas norteamericanos enfurecidos, rastreros y anestesiados con su propio fracaso.

Las críticas no pueden ser más patéticas viniendo de donde vienen, de esos demócratas norteamericanos enfurecidos, rastreros y anestesiados con su propio fracaso.
Melania Trump | La Casa Blanca

Es justo la imagen de una mujer resplandeciente de hermosura. Ojos límpidos, mirada transparente, media sonrisa, cabellera bien cuidada. Sobriamente vestida con un elegante atuendo negro, un lazo del mismo color anudado al delgado cuello. Los brazos ligeramente cruzados, manos finas y uñas meticulosamente barnizadas con un tono claro, para nada de un rojo estruendoso. No hay nada estrepitoso en su figura, salvo quizá los dos anillos, uno engarzado en un inmenso diamante color rosa. Es el símbolo de la mujer inmigrante exitosa, de la mujer triunfadora, esposa y madre. Se trata de la primera dama de Estados Unidos, de Melania Trump, y de su retrato oficial.

Un retrato oficial criticado al extremo de ser denominado "la imagen del racismo". Para los que la critican estamos ante una "poderosa mujer blanca". Bueno, es lo que es, una poderosa mujer blanca, de orígenes europeos. ¿Qué hay de malo o negativo en ello? ¿No es blanca, no es la Primera Dama de Estados Unidos, no es extraordinariamente poderosa? Cuánto estreñimiento mental ante lo evidente, cuánta envidia frente a la pura verdad.

Las críticas no pueden ser más patéticas viniendo de donde vienen, de esos demócratas norteamericanos enfurecidos, rastreros y anestesiados con su propio fracaso.

El fracaso es lo que les atormenta, el fracaso también paradójicamente constituye su proyecto político. El fracaso para los demás, no precisamente para ellos. Todo aquel que triunfe y que defienda los valores estadounidenses no tendrá para ellos ninguna significación, y habrá que vilipendiarlos sin compasión y sin tregua. No descansan, no se cesan de soltar veneno y mentiras, de animar juicios inauditos cargados de infamias.

El caso es que ellos ven como una falta o un defecto el ser blanco, cristiano y heterosexual. Yo que siempre he defendido la diversidad en todo, francamente, me estoy hartando ante los discursos de odio de esta gente que ya no tiene cómo argumentar sin denigrar. Por no dejar de denigrar han querido hasta humillar a Barron Trump, un menor. Ahora, eso sí, que no les toquen a Chelsea Clinton, una tarajalluda blanca y poco agraciada que ha hecho su opulenta vida a la sombra de la de sus poderosos padres blancos y corruptos, y mucho menos que nadie se atreva a ni siquiera a calcular a las dos hijas de los Obama, ¡eso sería todavía peor! ¡Racismo, crimen, horror!

Yo conozco muy bien esos odios, esos desprecios de la izquierda. Basta que seas una refugiada política, o una firme anticastrista, el odio y la provocación contra tu persona estarán garantizados.

Como he comentado hace un rato con un gran amigo arquitecto y diseñador, encuentro muy bella y descriptiva de su personalidad esa foto de Melania Trump. Tiene razón, es como dice él un retrato clásico. Nada hay en ella que pueda ser considerado una afrenta. Sólo paz y armonía, consonancia con lo que ella representa: una mujer blanca, inmigrante, poderosa, de origen europeo, primera dama de Estados Unidos, efigie del gran sueño americano.

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