En algunas calles de París han empezado a aparecer carteles con la foto de Obama en la que algunos tarados piden que se convierta en el presidente de la República. No les basta con François Hollande, al parecer no ven el país demasiado destruido como para ahora exigir que venga alguien del extranjero para hundirlo todavía más, y no cualquiera: Barack Hussein Obama.
Esos franceses, políticamente superficiales o extremistas, son los mismos que adoraron al tirano Castro I, y siguen aferrados a Castro II. Una de las razones por las que admiran a Obama es porque –según ellos– el presidente norteamericano le eliminó el embargo a Cuba. Cosa que jamás ha ocurrido, pero los franceses viven de ilusiones para morir de desengaños. Aunque no es menos cierto que allá fue Obama a la isla de todas las maldiciones, a entregarle a Raúl Castro un cheque en blanco y a darle el espaldarazo mundial que el hermanito necesitaba.
Con los partidos de la izquierda totalmente por los suelos, y ni un solo rostro o programa que aliente las próximas presidenciales, Obama, que llevó a Estados Unidos también a lo más bajo desde el punto de vista de moral política, sería para esta gente la solución para lo que sabemos no tiene arreglo de ningún tipo, como no sea el suicidio bajo la ultraderechista Marine Le Pen, o seguir esperando in aeternum el programa político presidencial que a estas alturas todavía no llega de Emmanuel Macron y su movimiento En Marche.
El tema de Obama como presidente de Francia no es gratuito ni casual, viene acompañando un deseo de la izquierda propuesto por el presidente Hollande de que los extranjeros por fin voten, y quién sabe si hasta puedan llegar a postularse a la presidencia, tal como se manifiesta en esta ocasión a través de los afiches propagados por la ciudad.
El nivel de pensamiento de este país ha llegado a niveles tales de enajenación que a dos meses de la primera vuelta de las elecciones no hay un debate formulado con entereza, reflexivo, que acabe por desenmascarar esta absoluta carencia de políticos que sepan dirigir un país, y por encima de todo que lo sepan conducir a algo al menos parecido a lo que antaño fue.
Barack Obama fue un presidente que se encargó de mantener una relación de extremo y repulsivo artistaje con las masas, y sigue siendo el preferido de Hollywood y de la televisión de entretenimiento. Obama fue eso, es, un presidente de y del entertainment. Y eso es lo que anhelan esos grupos de franceses para Francia. Un país que jamás ha sido movido por el excesivo espectáculo, como sí es el caso de Estados Unidos.
Pero lo que sí es una realidad es que Francia ya no es ni su sombra, cada día se idiotiza y se rebaja más. La prueba es que ahora, en lugar de imitar o inspirarse, como en épocas anteriores, en la intelectualidad y el arte neoyorquinos, todo lo contrario, desde hace unos años anda por ahí una descerebrada, Nabilla Benattia, brincando de televisión en televisión, imitando a las Kardashian. Y todavía he tenido que aguantar a algunos cerebros parisinos que me han querido justificar a semejante esperpento, y además añaden que es una joven "muuuuy inteligente". Nabilla, al igual que las Kardashian, es una astuta, una habilidosa, una trepadora, aunque sin el pedigrí de las Kardashian, cuyo padre fue nada más y nada menos el famoso abogado de aquel show pretendidamente justiciero en relación a los crímenes del célebre O. J. Simpson.
En fin, que ya saben a lo que aspira una buena parte de esa obnubilada población francesa, a convertirse en populacho seguidor de Obama, con el secreto anhelo de que sea su presidente. Sí, populacho, sí, populista. Porque más populista que Obama, imposible.