He visto por lo menos dos deportistas femeninas en plenos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro muy orgullosas de llevar el hiyab, símbolo religioso musulmán, durante las competiciones. Una de ellas es una voleibolista egipcia y la otra es una esgrimista estadounidense. Esta última ha salido retratada en la prensa junto a Barack Obama en un evento en la Casa Blanca, incluso algunos la proponían para que fuera la abanderada de Estados Unidos en las Olimpíadas sólo porque portaba el velo, sin ganar previamente ninguna medalla, como en cambio las había ganado Michael Phelps, quien por suerte no cedió ante la presión para que entregara la bandera a la deportista musulmana. O no sé si debiera escribir “la musulmana deportista”, ya que al parecer ella antepone su religión al deporte que practica y representa.
No me extraña que el mundo occidental haya llegado a este nivel de extremismo. No sólo se prohíben las cruces cristianas en las escuelas y en los hospitales, también se elimina la carne de puerco en los almuerzos escolares, además ahora hay que aguantar que en unos eventos deportivos, donde a nadie le debiera importar la religión que profesa cada cual, estas mujeres celebren como una gran victoria el lucimiento de un símbolo religioso, símbolo de una religión en nombre de la cual se maltrata y lapida tanto a las mujeres como a los homosexuales. No me extraña, ya lo digo, el mundo occidental ha cedido espacios retrocediendo enormemente. Este siglo, como ha declarado el filósofo Alain Fienkielkraut, será el siglo de las religiones y el racismo, en un paso considerable hacia el oscurantismo.
Apoyo la afirmación de varias personas en las redes sociales que comentaban que ninguna esclava, como lo son esas supuestas creyentes, debiera ser aceptada como deportista en los Juegos Olímpicos y de ninguna clase. No se lo merecen, porque antes de importarles el deporte lo que les importa, en lo que realmente les va la vida, es en demostrar que han sabido imponer un emblema extremista en el nombre del cual se pretende destruir Occidente.
Pero lo que es todavía peor es la lectura odiosamente política que algunos militantes de la llamada causa palestina y de la extrema izquierda hacen de semejante exhibicionismo. Para estos militantes no significa nada que esas mujeres ganen medallas como deportistas, para ellos lo verdaderamente significativo es que esas mujeres impongan sus figuras envueltas en atributos de poder distintivo en un medio y en unas circunstancias que sólo se pueden interpretar como una ganancia fanática a su favor, aunque en contra de las libertades, de la laicidad y de la democracia. Antes que deportiva e incluso religiosa.