Veo las elecciones del 21-D en Cataluña pendientes de una cutícula, o sea, en veremos. No estoy segura de que gane la persona que me parece la más adecuada, Inés Arrimadas, de Ciudadanos, y con esto para evitar males mayores, que tampoco es que sea la más preparada, porque tampoco advierto a demasiada gente con la intención de estarlo, o sea, de estar preparada para asumir el poder y cambiar todo ese nefasto clima de odio que se cierne sobre el país.
El proyecto, o los proyectos partidistas, se reduce a un cotorreo sin fondo ni fundamento, y a una lucha general en contra de los nacionalismos, cuando debiéramos defender, al menos por el momento, el nacionalismo español. Aparte el estira y encoge de siempre, el quítate tú para ponerme yo.
Mariano Rajoy, que es un cínico, porque describirle como irónico le aportaría una connotación cultural que él no posee, y que además basa su cinismo en su sagacidad de abogado y de último de los políticos reales, ha decidido hablar poco, porque sabe que la situación no está como para andar luciendo verborrea y gastando saliva, más que pensamiento. Pensamiento, lo que se dice pensamiento, no lo busquen, no existe. Astucias, muchas, pero de poca monta, y con una sola ambición: la de destrozar España. Con semejante panorama sólo puedo nutrir mi desconfianza en afirmar que lo menos dañino ganaría.
Por otra parte, como bien ha dicho entre líneas Albert Rivera, ganar es una cosa, gobernar es otra. Inés Arrimadas lo tendrá muy crudo para gobernar en caso de que gane. Y digo "en caso de que gane" porque lo dudo, aunque podrán imaginar que lo que más deseo es su triunfo.
Diviso, desde la distancia, y a veces la distancia propone y facilita una mejor y más certera visualidad, demasiado embrollo en el lado correcto, y del lado funesto un cúmulo de patrañas, de tretas y de argucias, eso sí ingeniosas, que podrían dar al traste con el propósito democrático. Recuerden que llevo toda una vida estudiando estos procesos.
No hay nada más parecido a ese siniestro separatismo catalán que el castrocomunismo. Pero ya me dirán que estoy de nuevo obsesionada, que en todo veo castrocomunismo. Pues sí, claro que lo veo en todas partes. Explicaré sucintamente por qué.
El entramado que consiguieron urdir en el resto del mundo los castrocomunistas ha sido de una destreza incuestionable y envidiable. Tuvieron tiempo para hacerlo, 59 años, y lo elaboraron magistralmente. ¿Quién podría imaginar que en Cataluña veríamos Comités de Defensa de la Revolución, como se intentan reproducir en Madrid? Pues ahí los tienen, son el resultado idéntico del modelo proveniente de la Ínsula de Cagonia, antigua Cuba. Y miren que los cubanos lo advertimos, como se lo advertimos a los venezolanos, pero al igual que ellos tampoco nos creyeron, y después, cuando no haya remedio, al igual que los venezolanos, tampoco nos reconocerán el error, ni la originalidad del horror.
Mariano Rajoy, tan callado, sabe de qué va la cosa, pero mientras a él no le afecte personalmente, pues a seguir apuntalando el chiringuito. Pero Rajoy, un hombre inteligente –pese a su cinismo o gracias a él–, sabe que una buena parte de las libertades se han perdido, y que el panorama se irá agravando, hasta que no puedan cambiar ya nada.