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Zoé Valdés

El fin de Venezuela

Habrá más muertos, muchos más, al igual que en Cuba, y además no quedará nada.

Habrá más muertos, muchos más, al igual que en Cuba, y además no quedará nada.
Cordon Press

No es por predecir, aunque como cubana la experiencia me asiste, pero siento augurar que Venezuela ya se encuentra en sus últimos estertores. Se avecina el fin de ese gran país, o tal vez ya estemos asistiendo al derrumbe inevitable, lento aunque aplastante. Sí, habrá más muertos, muchos más, al igual que en Cuba, y además no quedará nada, arrasarán con la más mínima fuente de vida y de creación.

Era de esperar. Venezuela cayó en manos del castrismo de manera irreversible en 1998, cuando Hugo Chávez tomó el poder. A partir de ahí, lo que hemos visto ha sido la entrega más humillante, absoluta y totalitaria al poder de los Castro y del castrocomunismo. Y, como sabemos, todo lo que el castrismo toca lo convierte en cenizas.

Ahora comenzará la larga e interminable telenovela –o telenoverla– para entretener a los venezolanos y al mundo frente a la inminente caída. Que si Lilian Tintori está embarazada mientras vuelven a detener a su esposo, Leopoldo López. Que si detienen también al alcalde Ledezma, y entonces su familia empezará a tuitear –creo que ya lo hicieron– y nosotros a seguirles en su continuo y diario pesar de frases y llantenes virtuales.

No habrá paz ni sosiego, como para Eduardo Cardet Concepción y su familia; el líder del Movimiento Cristiano Liberación se encuentra encarcelado en Cuba, condenado a tres años de cárcel. Poco a poco los irán olvidando, como fueron olvidando a los presos políticos cubanos, a sus muertos, a Boitel, a Zapata Tamayo, a Pollán, a Payá, a Cepero, a Wilmar, y a tantos, tantos otros. Como olvidaron al pueblo cubano.

Nadie hará nada. Sólo paripés. Paripés de la Unión Europea, paripés de la ONU, paripés de las diversas ONG. Paripés del gobierno estadounidense. Es comunismo, señoras y señores, y en contra el comunismo nadie mueve un dedo.

Nadie prohibirá la bandera comunista, ni los himnos comunistas, ni las feas canciones comunistas, ni los saludos comunistas, ni los discursos comunistas, ni las discriminaciones y abusos comunistas, ni los crímenes comunistas. Nadie hará absolutamente nada por condenar el comunismo, y mucho menos el castrismo.

Fíjense si nadie hará nada, que la Constituyente de Nicolás Maduro, calcada de la de los Castro en Cuba, ha pasado a pesar del fraude apabullante y con diecinueve muertos en su haber durante una sola jornada, y nadie ha protestado, nadie dice ni esta boca es mía.

¿Vergüenza? Todo lo contrario. Salvar el comunismo siempre ha dado ventaja y prestigio a los que se dedican a semejante bajeza. Así íbamos y así vamos.

Venezuela se perdió. Murió como murió Cuba en 1959.

Ya sé, sé que los venezolanos negarán esa muerte, y probablemente hasta me acusen de exagerar. Lo mismo que allá por el 1998, cuando les dijimos que aquello sería idéntico horror que en Cuba, y no nos quisieron creer.

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