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Zoé Valdés

De zombis, caníbales, descuartizadores y Mariela Castro

La dentellada de Mariela Castro y del castrismo ha ido directa al corazón de la democracia norteamericana, descuartizando burlonamente la libertad de expresión y la libertad de protesta de los ciudadanos estadounidenses

En muy pocas semanas el mundo ha sido sacudido por varios sucesos del género de terror y misterio. Hechos reales que la prensa no se ha cansado de citar, escribir acerca de ellos, y clasificarlos de horrorosos. Sin duda alguna que lo son.

Uno de esos acontecimientos sucedió bajo un express way, en el Palmetto, en Miami, cuando un joven de origen haitiano, desnudo, y al parecer endrogado bajo los efectos de una nueva droga de diseño, desnudó al mendigo Ronald Poppo, le comió el rostro a dentelladas, hasta que fue interpelado por la Policía a balazo limpio, dado que por toda respuesta sólo soltó algunos rugidos y siguió devorando impasible el rostro de su víctima. El devorador fue balaceado y muerto en el acto. Los que lo descubrieron clasificaron su actuación como la propia de un zombi y desde entonces los medios no han parado de argumentar que estamos ante una invasión de este tipo de monstruos, o fenómenos.

A los pocos días se supo de un descuartizador, transexual, que asesinó y destrozó, picándolo en trozos, a un hombre asiático que algunos afirmaron que era su pareja, lo que al parecer no es cierto. El asesinato se produjo en Montreal. Posteriormente el autor del crimen viajó tranquilamente en avión hacia Europa, durante el vuelo tuvo un comportamiento que algunos pasajeros calificaron de bastante raro, se trancó en el baño, salió al cabo del tiempo cuando las azafatas se lo exigieron, y ya parte de la tripulación empezó a sospechar, intimidada, que se trataba de un terrorista o un loco. Al regresar a su puesto, el joven incluso lloró con el rostro pegado a la ventanilla. Después se quedó unos días en París, paseándose por La Bastilla, por Pigalle, visitó y lo visitaron viejos amigos, y continuó rumbo a Berlín, donde fue atrapado mientras revisaba inmutable su correo email en un café web. Entre tanto, el horrible video de la matanza y del descuartizamiento seguía y sigue en línea, y ni siquiera la Policía ha podido retirarlo de internet; ni ningún gobernante ha hecho nada por impedirlo. Como si estuviéramos ante un espectáculo de lo más normal del mundo. Un hecho siniestro que, como todo lo que sucede en internet pues es normal que lo vean los que quieran verlo, menores de edad incluidos. Aunque el espectáculo es sencillamente espeluznante para cualquier edad y cualquier persona que se considere normal.

Más recientemente se ha sabido de un joven que atacó a un policía a mordidas mientras gruñía como un perro-lobo rabioso. Esto aconteció también en Miami. 

Para colmo, el supuesto asesino del niño Etan Patz, al que ya se había dejado de perseguir treinta años más tarde, y que fue objeto de una campaña de búsqueda durante las primeras décadas, hizo su aparición, después de llevar una vida muy casera y calmada, junto a su familia. La Policía por fin dio con él, todo parece indicar que de manera casual, y éste ha contado, como si narrara un filme ajeno a él, cómo despedazó al chico a pocos pasos de donde la policía lo buscaba y botó las bolsas con sus restos en la basura.

De todos estos hechos los medios de comunicación se han hecho eco horrorizados y han soltado toda la baba y producido toda la adrenalina que podríamos imaginarnos. Sin embargo, el regodeo en las más mínimas descripciones, las fotos robadas que fueron publicadas en la red antes de que la Policía diera su consentimiento del "zombi caníbal" de Miami, sin ningún tipo de escrúpulos ni pudor por la víctima, todavía entre la vida y la muerte, como tampoco ha habido pudor frente al descuartizamiento del joven asiático en Montreal (video todavía en línea), no ha sido condenado por estos supuestos periodistas y medios de prensa, y lo peor, tampoco por los gobiernos democráticos que deberían ya empezar a atajar semejantes desmanes de la información, que más que información es sensacionalismo aberrante y apología del terror.

Por las mismas fechas, para ya llenar la copa y desbordarla, visitó los Estados Unidos la señora Mariela Castro, hija y sobrina de dictadores, acompañada de todo un ejército de policías castristas: setenta y tantos de ellos. El gobierno de Estados Unidos empleó una red de seguridad inimaginable en estos casos. Esa Seguridad fue tan efectiva que en las conferencias que dio esta señora –que no es más que una pieza clave de un estado considerado terrorista por el gobierno de los Estados Unidos, que ha cometido más crímenes durante 53 años, invasiones de suelos extranjeros, secuestros, y actos terroristas en el mundo, que todos los zombis, descuartizadores, caníbales, y hombres-lobos de la última década juntos–, no pudieron entrar libremente personas que no estuvieran debidamente identificadas a favor del castrismo, público que no fueran adictos seguidores de los crímenes cometidos por el castrismo. Pese a esto, la prensa internacional se ha desentendido bastante del tema, apenas ha significado el asunto, y lo ha aceptado como un hecho más bien novedosamente positivo, como un signo más de la flexibilización del embargo por parte de Barack Obama y de un supuesto relajamiento de Castro II.

A mí esto me parece tan escandaloso como el video que todavía sigue colgado en internet que su autor, el destripador de Montreal, filmó, y las fotos robadas del zombi caníbal del Palmetto. ¿Por qué? Pues porque la dentellada de Mariela Castro y del castrismo ha ido directa al corazón de la democracia norteamericana, descuartizando burlonamente la libertad de expresión y la libertad de protesta de los ciudadanos estadounidenses, así como apuñalando el dolor de los verdaderos exiliados cubanos. 

La rabia ya ha sido inoculada, se nota en la desfachatez de los defensores de esta inadmisible invasión del castrismo –a modo de Caballo de Troya– en el alma ingenua de aquel que en otros tiempos ellos mismos llamaron Goliath.

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