Ahora la cosa es a martillazos. Pocos días después de los últimos atentados en Londres, éstos a su vez doce días después del acto terrorista en Manchester durante un concierto de una energúmena, un policía ha sido atacado frente a la catedral de Notre Dame, en París. El supuesto terrorista, que ahora hay que anteponer supuesto para todo, o tildar de "caso aislado" con un cierto aire entre romanesque y nostálgico, cayó abatido por las balas de otro policía, o del mismo –no me queda claro–. Menos mal. Que cayó más que abatido, despapillado.
La periodista española Ana Pastor sin embargo diría –según palabras recientes– que el sujeto fue "asesinado" por la Policía. Porque así andamos, son ellos los que nos matan, y no sólo hay que tratarlos con pinzas, entonces los que se defienden –o sea, potencialmente las víctimas– serán inevitablemente catalogados por la prensa biempensante –representada en este caso por Ana Pastor– y asquerosamente políticamente correcta de criminales.
¿No está el mundo demasiado loco, o se trata de un cinismo desmesurado, de un despropósito absolutamente vomitivo que cada día va inundando los sectores más inesperados de la sociedad?
Pero volvamos al inicio, ahora la cosa es a martillazo limpio, y acto seguido a cuchilladas, o a alfileterazos, lo que toque. El barbarismo en plena acción. Porque esa basureta a la que llaman religión no es más que una ideología de bárbaros, de una cofradía de despiadados elevados a la enésima potencia, de una secta en pleno delirium tremens, eso para denominarlo con una cierta elegancia estilística, que hasta eso podemos llegar.
De pronto eres un policía y te acribillan con un martillo seguido de graciositas puñaladas, o eres un simple transeúnte y te descogotan con una mandarria para finiquitarte enseguida con un matavaca. Todo muy al estilo de este siglo XXI, el siglo del racismo y del islamismo. El racismo en contra de los blancos y el islamismo como ideología amparada por la izquierda.
Caeremos, eso sí, como moscas. Aplastados por el cabillazo o la hincada en el costado, el tajazo en el corazón, mediante cualquier arma blanca de moda: el punzón o el alfiler de criandera. A lo como sea con lo que más mano y menos sospechoso se pretenda.
Menos mal que siempre habrá un Roy Larner, protagonista de la última masacre londinense, para enfrentar a los terroristas exponiendo su cuerpo como barrera a ocho navajazos y espetándoles en la cara a los islamistas: "¡Jódanse, soy del Millwall!". Lo que los políticos no hacen, lo hace un hincha.