Los cubanos recordarán aquella rumbita revolucionaria que se cantaba y que creo todavía se canta en los desfiles militares y políticos: "¡Fidel, Fidel, qué tiene Fidel, que los americanos no pueden con él!". Pues sustituyan ustedes el Fidel por el Chanel y obtendrán la nueva conguita de moda, con desfile revolucionario incluido, a juzgar por las boinas, que esta vez dejaron de ser las típicas boinas francesas para convertirse en las temibles boinas guevaristas, aunque bordadas de extravagantes lentejuelas. "Chanel, Chanel, qué tiene Chanel…"
La firma Chanel, al frente de la cual se encuentra desde hace años el modisto alemán Karl Lagerfeld, desfiló en el Paseo del Prado de La Habana. Para la inusual ocasión lustraron el antiguo y empercudido piso del paseo, por fin después de más de medio siglo los habaneros pudieron apreciar las losas en toda su belleza y esplendor, rasparon el polvo de las piedras y bancos de mármol, y hasta restregaron con champú a los leones de bronce; pero por los alrededores, los edificios a punto de desmoronarse siguieron igualitos a como estaban, en la ruina más espeluznante. Es, al fin y al cabo, lo que buscan los extranjeros en Cuba, el espectáculo del desplome, y mientras más ricos son esos extranjeros más adoradores de la miseria. La pobreza financia, las ruinas hechizan.
Mientras por el paseo desfilaron los célebres modelos engalanados con los trapos costosísimos y reinventados de lo Coco por Lagerfeld, en los balcones y sin ser convidados se amontonaron cientos de cubanos hambrientos, mal vestidos o a medio vestir, esclavos eternos de lo que les imponga la dictadura: antes de antier Obama, antier los Stones, ayer un crucero, hoy Chanel. Pero teniendo en cuenta siempre que de lo que se trata es de "pa lo que sea, Fidel, pa lo que sea". Ni trabajando cien años un cubano podría comprarse una prenda Chanel.
Por otra parte, la mayoría de los medios de comunicación se equivocan cuando afirman que se trató del primer desfile de modas que ha tenido lugar en Cuba. Antes del triunfo del Gran Error desfilaron de manera mucho más discreta y refinada firmas de diseñadores reconocidos mundialmente. No olvidemos que en el mundo de entonces Cuba representaba uno de los más importantes lugares. Entre los primeros en viajar a la isla estuvo el mismísimo Christian Dior, en el desfile celebrado en su honor en la elegante tienda El Encanto.
En los años cincuenta, si un millonario norteamericano deseaba vestirse de Dior tenía que viajar a París o a La Habana. Consultando los libros de venta de la perfumería Guerlain en la misma época, la firma vendía mucho más en La Habana que en Nueva York y en París. Pero volvamos a Dior, en 1956 el creador en persona decidió volar a la capital cubana con la intención de conocer la tienda donde tanto se vendían sus lujosas prendas y que había adquirido la exclusiva de sus modelos, también para presentar aquel inolvidable desfile. Hoy todavía muchos lo recuerdan, a pesar de que se trató de un mesurado aunque distinguido suceso. Todo lo contrario a la vulgar cumbancha politiquera sólo para elegidos ideológicos que acaba de festejar Lagerfeld en uno de los principales símbolos habaneros, construidos, desde luego, mucho antes de la fatalidad histórica de 1959, como todo lo que vale hoy en Cuba, incluidos los automóviles de los años cincuenta que fueron utilizados para la ocasión.
Es verdad que antes no todo el mundo en Cuba podía comprarse un diseño de Dior, sin embargo las mujeres ganaban con sus trabajos mejores salarios que los actuales, hacían esfuerzos, lo que les permitía vestir suntuosos modelos de prestigiosas hechuras y lucían sombreros Schiaparelli. Alejo Carpentier, quien por mucho tiempo fue corresponsal de moda desde París para periódicos habaneros, escribió en numerosas ocasiones sobre estos sombreros tan populares en La Habana, pues conoció personalmente en la capital francesa a Elsa Schiaparelli, la autora de los magníficos tocados de la época.
Mucho menos ahora con los veinte CUC (salario medio), que ganan al mes, los cubanos podrán soñar jamás con adquirir un traje o una alhaja Chanel. Tampoco el desfile que recién se ha apreciado en La Habana se hizo con el objetivo de que los cubanos pudieran comprar algo y ni siquiera con que pudieran disfrutar del desfile mismo. Allí estuvieron invitados los millonarios extranjeros, la prensa chic internacional, actores y actrices hollywoodienses a los que el comunismo les viene como anillo al dedo mientras que otros lo padezcan a cientos de miles de kilómetros de sus cómodas existencias, y claro, la nueva clase dirigente castrista, los nuevos ricos castristas, todos ellos citados por el Partido y conmovidos más por el fula que por el arte; ah, y no olvidar a los herederos, como el chico a la última, el nietísimo de Fidel Castro, Tonito Castro Ulloa, con su larga cabellera. ¡Oh, Dios, a cuántos jóvenes no se llevaron presos en Cuba por querer airear melenas como la suya y por ansiar llevar pantaloncitos apretados como los que se entalla en la actualidad este joven!
Tras el desfile, a Chanel no se le ocurrió mejor idea que brindar una tremenda comelata o banquete en la Plaza de la Catedral a pocos pasos de donde habitan miles de cubanos desfallecidos de hambre. Durante semanas a los esclavos se les dio la tarea de construir un ranchón que amparara a las celebridades, pagó Chanel. Para eso sí que aparecieron los materiales, los mismos que faltan a la hora de reconstruir las viviendas de los afectados por los ciclones y los derrumbes que han ido azotando la isla por más de medio siglo. "Pa lo que sea, Chanel, pa lo que sea". Digo "Fidel".