El Movimiento Cristiano Liberación (MCL) ha sido el grupo opositor más efectivo dentro de Cuba en mucho tiempo. Primero, porque es la institución política mejor pensada, sostenida con una base social sólida extendida por todo el país. Segundo, porque ninguna otra agrupación disidente ha logrado la aglutinación que consiguió el MCL en tiempos de Oswaldo Payá Sardiñas, fundador del movimiento, su líder principal, asesinado por los Castro un 22 de julio del 2012, y en el presente bajo la coordinación de Eduardo Cardet, quien fue también uno de los gestores del Proyecto Varela, proyecto que usó algunas herramientas de la Constitución castrista para enfrentar al régimen con sus mismas armas constitucionales. Tercero, porque el MCL está constituido también por una fuerte masa de exiliados que sin hacer demasiado ruido en las redes sociales trabaja en silencio como hormiguitas en aras de la libertad de Cuba. Cuarto, porque el MCL no recibe ninguna ayuda pecuniaria, los que pertenecen al movimiento se sustentan con su trabajo y el trabajo de sus familiares. No deben nada a nadie, y el que no debe no la paga, como dice el refrán.
El MCL eligió a Eduardo Cardet su coordinador general mediante votación democrática. Por lo que se decanta que el digno y verdadero heredero de Oswaldo Payá es él. Eso lo sabe el régimen, como también sabe que Cardet es un hombre de una enorme sencillez, firme en sus principios, elocuente, brillantemente preparado para el liderazgo que desempeñó hasta que lo encarcelaron a raíz de la muerte de Fidel Castro.
A Eduardo Cardet la tiranía ya le venía pisando los talones, se la tenía jurada desde hacía rato, como se la tiene jurada al MCL y a sus integrantes, que son constantemente avasallados, abusados y detenidos, por los esbirros que allá encarcelan, torturan y asesinan.
La prueba de que Cardet es hoy por hoy el opositor que más molesta a Castro II es que ha sido condenado a tres años de privación de libertad en una de las peores cárceles de la isla por el mero hecho de disentir, y de hacerlo con todas las armas de la ley y de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que debía ampararlo. Pese a que en el fraudulento y amañado proceso reunieron y presentaron mediante videos a varios elementos del vecindario para que declararan delitos no cometidos –todos falsos– por Cardet, en la operación mentira y difamación a la que nos tiene acostumbrados el castrismo, nada se pudo comprobar en su contra. Y por eso, por esa nada, por esa ausencia de pruebas, fue que lo condenaron a tres años.
Sabido es que la cárcel de Cardet no será fácil, eso es obvio. Sin embargo, los que han hablado vía telefónica con su esposa y su padre, y los que han podido hablar con Cardet desde la prisión por breves minutos, subrayan siempre que reciben de ellos el aliento de una fuerza indestructible, de su inquebrantable resistencia y hasta de un increíble y positivo ánimo. Ni una queja, ni un llantén, ni siquiera una palabra de más que denote resquebrajamiento.
Cardet es padre de familia, sus hijos padecerán todavía más ahora lo que significa ser el hijo de un apestado del castrocomunismo. La escuela se les convertirá en infierno, allí donde lleguen los apuntarán con el dedo y los condenarán de antemano, sin haber hecho absolutamente nada, como han condenado a su padre.
Los organismos internacionales, los gobiernos, la prensa libre están en el deber de exigir por todas las vías la inmediata liberación de Eduardo Cardet, es preciso que comiencen a hacerlo con rapidez. Pero lo que más urge es que, ahora que el coordinador general del MCL se encuentra en prisión, se apoye masivamente al MCL y a sus miembros dentro y fuera de Cuba. Aprovecho para destacar la labor de una mujer que también de la manera más discreta y humilde se ha destacado por ser una de las más importantes activistas del MCL. Se trata de Rosa Rodríguez. También ella ha sido perseguida, acosada y detenida cruelmente, pero ha continuado con su callada labor sin aspavientos mediáticos. Debemos apoyar a personas como ella y a todos los que continúan el magnífico trabajo llevado a cabo por Eduardo Cardet.