A pesar de que el régimen comunista cubano se empeña en recrear la historia, travestir sus crímenes y fracasos en conquistas revolucionarias y en rodear la barbarie de silencio y manipulación, son muchos los que recuerdan la verdad y aún pueden detallar a los inversores que corren a hacer negocios con Castro, lo que sucedió en la isla en la segunda semana del mes de octubre de 1960. Cuarenta y dos años después todavía viven muchas víctimas del mayor expolio que se ha perpetrado en Iberoamérica.
El 13 de octubre de 1960, una edición extraordinaria de la Gaceta Oficial de la República de Cuba publicaba el Decreto que nacionalizaba la banca y las mejores empresas del país. Oswaldo Dorticós Torrado, entonces presidente de la isla, justificaba el formidable saqueo basándose en que “el pleno desarrollo de la nación no podía lograrse sino mediante la planificación adecuada de la economía y el aumento y racionalización progresiva de la producción nacional de las industrias básicas del país”.
Los robolucionarios cubanos son maestros a la hora de encontrar pretextos pasa justificar sus crímenes. En 1960, cuando llevaban un año y nueve meses en el poder y ya habían desvalijado el patrimonio nacional, no tenían otro recurso si querían permanecer en el poder que apropiarse de las mejores empresas del país. Según Dorticós y el que entonces fingía ser su Primer Ministro, Fidel Castro, “era deber del Gobierno Revolucionario tomar las medidas que demandaban las circunstancias y adoptar fórmulas que liquidaran definitivamente el poder económico de los intereses privilegiados que conspiraban contra el pueblo”. De este modo justificaron la nacionalización de las más importantes industrias de la isla. Entre ellas se encontraban las siguientes:
105 empresas azucareras/ 18 destilerías/ 6 compañías de bebidas alcohólicas/ 3 de jabones y perfumes/ 5 de derivados lácteos/ 2 fábricas de chocolate/ 1 molino de harina/ 7 fábricas de envases/ 4 de pinturas/ 3 de productos químicos/ 6 compañías de la industria básica/ 7 papelerías/ 61 negocios textiles/ 16 molinos de arroz/ 47 almacenes de víveres/ 11 tostaderos de café/ 3 droguerías/ 13 grandes almacenes/ 8 empresas de ferrocarril/ 1 imprenta/ 11 cines/ 19 constructoras/ 1 compañía de electricidad y 13 del sector marítimo.
Pocos años después se hicieron con el resto de la propiedad privada que subsistía en la isla. ¿Dónde fue el talento, el ahorro y el esfuerzo de todos los empresarios que antes del 13 de octubre de 1960 crearon algún tipo de riqueza en Cuba? Los especuladores que sin ningún tipo de escrúpulo se prestan a hacer negocios con Esteban Dido tendrían que hacerse esta pregunta antes de que también a ellos les robe la cartera.
Libertad Digital ha tenido acceso a uno de los documentos que demuestra la facilidad con que en la tiranía comunista le pueden despojar a uno de todo lo que es suyo. Se trata del acta de incautación de uno de los más importantes almacenes de víveres que existían en Cuba en octubre de 1960. Pertenecía a un emigrante asturiano que había llegado a La Habana en 1907 a bordo del vapor Alfonso XIII. En el pasado mes de junio este periódico entrevistó a uno de sus hijos, Antonio Peláez Huerta, ex presidente del Centro Cubano de España y dueño junto con sus hermanos y su padre de la Empresa Peláez Pírez, S.A. Import y Export. A continuación reproducimos cinco fragmentos de esa entrevista:
L.D. ¿Cómo le fue a su padre en la isla?
A.P. Muy bien hasta que se encontró con Fidel Castro. Nada más llegar a Cuba aprendió el oficio de bodeguero, lo que en España sería un tendero en una tienda de ultramarinos. Pocos años después ya era dueño de una empresa que llegó a vender tres millones de sacos de arroz al año. En 1960, cuando Castro la expropió, la propiedad de mi familia valía seis millones de dólares de la época.
L.D. ¿Les compensaron por la expropiación?
A.P. No nos dieron ni un peso. Por la radio nos enteramos del decreto que nacionalizaba a las que calificaron como “las cien empresas más importantes del país”. Cuando llegamos a las oficinas, un funcionario del régimen, acompañado por varios policías, nos exigió que le entregásemos las llaves y le dijéramos la combinación de las cajas fuertes. Lo perdimos todo. En sólo un par de horas le robaron a mi padre el trabajo de toda su vida. Otros tuvieron más suerte y lograron salvar parte de sus propiedades, pero mi padre se equivocó, creyó que toda aquella locura no podía durar mucho tiempo.
L.D. ¿Volverá usted a Cuba?
A.P. Claro que volveré. No lo dude. Castro está muy enfermo y no puede durar mucho.
L.D. Queda su hermano.
A.P. Raúl no tiene futuro. Es también un hombre mayor y está alcoholizado. Ha colocado a los jefes del ejército al frente de las grandes empresas, pero los mandos medios, los que tienen las tropas a su cargo, no van a permitir que todo siga igual. Raúl no durará más de seis meses.
L.D. Me asombra su optimismo después de pasar más de cuarenta años lejos de la isla.
A.P. Yo no me he ido jamás de Cuba. Nada ni nadie conseguirá que me olvide de mi país, de mi casa y de mis propiedades. Algún día recuperaremos todo lo que nos robaron. Cuando aquello cambie, todo llegará por sus propios pasos. Conservo las escrituras de propiedad de todo lo que un día fue de mi familia. Cuando en Cuba exista un estado de derecho se hará justicia a todas las víctimas de la tiranía.
Como casi dos millones de exiliados, Antonio Peláez sueña con regresar a su país. Los que huyeron de la tiranía no han perdido la memoria y muchos de ellos van a vivir más años que el coma-andante. Es ésta una realidad que no deben olvidar los que tanto interés demuestran en invertir en la prisión grande. Es más que probable que los escasos beneficios que logren en la isla tengan que dedicarlos a pleitear por lo que, no siendo suyo, Castro les vendió.
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