El pasado miércoles Antonio Chinchetru presentó en la Fundación Hispano Cubana el libro que escribió después de viajar a la Isla de los cien mil presos. Si lo leen comprobaran que no todos los españoles que vuelan a Cuba lo hacen para disfrutar con el sufrimiento ajeno.
Aún quedan jóvenes como Antonio –de la mejor cosecha de Libertad Digital– que son capaces de arriesgarse a acabar en prisión con tal de ofrecer un poco de consuelo a las víctimas de la tiranía castrista. Ha logrado lo que lo que yo ni siquiera he intentado. Dicen que no me lo permitirían y que como a tantos otros me negarían la entrada al país en el que nací. No lo sé. Lo cierto es que me faltó el valor que le sobró al autor de Bajo el signo de Fidel. Desde aquí se lo agradezco. Su libro me ha hecho olvidar todas las camisetas que con la fotografía de Guevara vi por la calles de Madrid.
Lástima que los congresistas estadounidenses que quieren anular el embargo que nunca existió no hayan leído el libro de Antonio. Como él, también viajaron a la Isla de las más de doscientas cárceles. Pero no para denunciar las torturas que sufren los que por hambre mataron una vaca, o por desesperación intentaron escapar de sus verdugos, si volaron a La Habana fue para enredar en favor de los créditos blandos que sólo servirían para construir más prisiones y pagar a más carceleros.
Mientras tanto, Daniel Ortega –como antes Hugo Chávez– se suma a rular la trola de que el Monstruo de Birán pasea por La Habana que con tanto éxito destruyó. No es más que una patraña, pero si fuera cierto, sería una pena que no coincidiera con Antonio. De encontrarse con él, el más anciano de los dos coma-andantes habría comprobado que al menos un español lo miraba con desprecio. Es lo que tenemos los periodistas y colaboradores de Libertad Digital. Ni nos conformamos con el sufrimiento ajeno, ni nos olvidaremos de los crímenes del castrismo.