Son muchos los que muestran su satisfacción porque Obama dejó una pelota en el tejado de la isla de los cien mil presos. Lo que no saben es cuándo la devolverán los hermanos Castro. Probablemente, nunca. No subirán a buscarla. El ascensor no les funciona y ya están muy mayores para andar subiendo escaleras. Además, no lo necesitan. Obama no les has ha dicho cuándo tienen que devolvérsela. Sencillamente, la puso a su disposición para que puedan impedir que medio millón de cubanos intenten llegar a las costas de La Florida. Y a cambio de menos de nada. Siempre se quedaron con todo. ¿Qué les impediría quedarse con la pelota de Obama? O mejor, fingir que se lo piensan mientras le cuentan el cuento de la Buena Pipa.
Muchos de los que con razón aplaudieron a Aznar cuando no se sometió al chantaje de los etarras que secuestraron y asesinaron a Miguel Ángel Blanco, aplauden que ahora el Gobierno de los Estados Unidos pague a los Castro el impuesto robolucionario. Sólo así entienden los verdugos las remesas de dólares que le llegan de la potencia enemiga. Se sirven del dinero que las víctimas que marcharon envían a las víctimas que no permiten machar y utilizan como rehenes. Ahora más que antes, los santos y sus limosnas juegan a favor de los carceleros.
Lejos de tratar de impedirlo, muy lejos de exigir a los tiranos que cumplan con su promesa de permitir que puedan abandonar la prisión grande todos los que lo deseen, Obama les tira una bola que jamás le devolverán. El presidente estadounidense –al que tanto preocupa un éxodo masivo de balseros– ni aumentó las visas para las víctimas de la tiranía ni fijó una fecha para liberar a los presos de conciencia. Su política es otra. Y llega a los Castro envuelta en millones de dólares y en años de esperanza.
Es lo que ahora toca. Lo que dicen que arreglará lo que durante medio siglo nadie arregló. Lo que hace Zapatero en Europa. Lo que conviene. Especialmente, a los socios extranjeros de los militares dueños de los prostíbulos en los que una legión de miserables sin escrúpulos disfruta con la miseria ajena. Pero todo eso ya no importa. Ahora, medio siglo después, hay que probar a pactar con los torturadores.
Y a los que nos oponemos, a los que pensamos que la única forma de auxiliar a las víctimas es intentar que sus verdugos pierdan toda esperanza, a los que no nos conformamos con seguir esperando por más de lo mismo, se nos acusa de todo y de más. Ya dicen que somos de la vieja guardia que no asume que perdió el tren de la historia. A no tardar mucho, también, como antes los castristas, nos calificarán de gusanos intransigentes. Siempre esperarán a que los Castro le devuelvan la pelota a Obama. Pero no en La Habana, negros, jubilados y sin nadie en Miami. En España y leyendo el periódico. Aquí resulta más fácil esperar. Más cuando nada te importan los ancianos que en Cuba no encuentran un trozo de pan que llevarse a la boca.
Mientras tanto, los generales castristas bailan la rumba en los hoteles que les permite multiplicar los frutos de sus crímenes. Es lo que tiene la pelota que les lanzó Obama. En cualquier caso, calma. Mucha calma. Los que están por la rendición tendrían que tener un poco de paciencia. No siempre van a ganar los mismos. Se supone que a todo un presidente de los Estados Unidos aún le quedará una pelota. Y puede que se lo piense antes de exponerse a perder las dos.