Hace apenas un año, el sagaz Pedro Arriola despachó el resultado de los comicios europeos motejando de frikis a los representantes de Podemos. El PP -su partido, o, por mejor decir, la empresa que le paga más que opíparamente- había cosechado una victoria anémica que el aprendiz de brujo dio por buena mientras apuntalaba la fe de su auditorio con un mohín de hastío y suficiencia.
Lo significativo, a fin de cuentas, no era la pérdida de votos sino el hecho indudable de que seguían en cabeza y que la atrabiliaria turbamulta de maestrillos con coleta que agitaba las aguas del izquierdismo extremo era una pesadilla que concernía al PSOE, pero que a él no le quitaba ni un minuto de sueño. Pues sólo faltaría, después de tantas cábalas, de tantas profecías, de tantos gatuperios, que esa horda de espectros, esa ponzoña destilada en la redoma insomne de la telegenia, le mojasen la oreja al alquimista en jefe.
¿Mojársela? ¡Qué ingenuo! Hoy por hoy, Pedro Arriola yace desorejado en un rincón del patio del desolladero y los supuestos frikis campean a sus anchas después de echar abajo el portón de Las Ventas. Es obvio, sin embargo, que ese inefable Rasputín que enhebra ukases en Moncloa y ordenanzas en Génova conseguirá llamarse andana ante el derrumbe y, para variar, salvarse de la quema.
Más difícil resulta, a estas alturas, dilucidar si Pedro Arriola es una criatura de Rajoy o si el supuesto se declina en el sentido inverso. Lo de menos, no obstante, es quién se desempeña como títere y quién, en cada caso, es el titiritero. Lo importante es el hecho de que entrambos (con el concurso indispensable de esa reencarnación de lady Macbeth que maneja los hilos en vicepresidencia) han transformado a Madrid en Frikilandia, en el Jurassic Park de la revolución pendiente.
Madrid será la tumba del partido de Aznar, el pedestal de los delirios que alumbró Zapatero, la fosa en que se abisme esa centralidad ambidiestra que nos garantizaba hasta la fecha un discreto ir tirando y un purgatorio llevadero. Pero ahora y aquí, en un visto y no visto, nos toca asaltar el cielo y el toque de rebato de los frikis electos tiene un aire astifino de toque de degüello.
Si Carmona y Carmena se encaman en Cibeles tras unir sus destinos en un casorio por poderes, el PSOE de Pedro Sánchez no llegará a diciembre sin pedir tiempo muerto al PP de Rajoy o consumiéndose al unísono en el fervor del pudridero: "Ya nos come, ya nos come por do más pecado había…".
De ahí que Esperanza Aguirre -genio y figura, siempre- destapara ayer tarde el tarro de las esencias y se ofreciese a entronizar a sus rivales en aras de arrumbar a Frikilandia en el trastero. Le toca mover ficha a un personaje (Antonio Miguel Carmona, ya saben: ¡Pin, pan… propuesta!) que, aunque saliese trasquilado de la hecatombe dominguera, aspira a echar raíces en el regazo de Carmena. Será de ver, entonces, si la sensatez se asienta, si el odio pierde fuelle, si el rencor se atempera. O si, por el contrario, posa de "sans-culotte" enjaezado por Cornejo y fantasea con hallar en los espejos de Correos el reflejo de un híbrido del Pichi y el incorruptible Robespierre. ¿Y Villacís? Lo dicho, lo que diga Rivera.
Mientras, por si las moscas y porque no fuera a ser que prosperara la propuesta, esa turba de frikis que Arriola, sagacísimo, despachó con un rictus de hastío y suficiencia, recuerdan que las calles, a sus efectos, son trincheras.