Durante los 30 primeros años de mi vida, no tuve ningún seguro médico. Tampoco un montón de personas más, por aquellos tiempos. A lo largo de esos 30 años, me rompí un brazo, la mandíbula, tuve un hombro fragmentado, y diversos problemas médicos más. Decir que mis ingresos estaban por debajo de la media durante aquellos años sería un eufemismo. ¿Cómo me las apañé? Del mismo modo que lo hacía todo el mundo: iba al médico y le pagaba directamente, en lugar de pagar indirectamente a través de los impuestos. Todo esto fue antes de que los políticos nos dieran la idea de que las cosas que no nos podíamos permitir individualmente nos las podríamos permitir de alguna manera colectivamente a través de la magia del gobierno.
Cuando me rompí la mandíbula, recibí tratamiento en una sala de urgencias y se me entregó una factura de 50 dólares –lo que era toda una fortuna para mí en aquel momento, 1949. Pero la aboné en sucesivos plazos a lo largo de un período de varios meses.
Al igual que la mayoría de los jóvenes, tuve la suerte suficiente para no tener ningún gasto médico insalvablemente caro, como hubiera exigido una operación importante o una larga estancia hospitalaria. Eso se cumple aún entre la mayor parte de los jóvenes hoy, lo que es el motivo de que muchas personas de veintitantos elijan no pagar seguro médico, incluso cuando se lo pueden permitir. Saben que, en caso de emergencia, siempre pueden acudir a urgencias. Y hoy la idea de que tengas que pagar eso de tu propio bolsillo se considera casi pintoresco en algunos sectores.
No es infrecuente –especialmente en California, con su enorme población inmigrante ilegal– que los hospitales tengan que cerrar porque muy pocas personas pagan por la atención primaria que reciben. Están, por supuesto, las personas con enormes facturas médicas que plausiblemente no pueden sufragar. Lo crea o no, eso también sucedía tiempo atrás antes del estado del bienestar moderno. Algunos hospitales–ya fueran públicos o privados– podían absorber tales costes, con la ayuda de donantes. Había personas con polio que vivían dentro de pulmones de acero, lo que motivaba que ricos y pobres por igual donaran dinero a organización altruista March Of Dimes.
Pero eso es muy diferente a los hospitales que son abarrotados a diario por usuarios de urgencias cuya única urgencia es que quieren ahorrar dinero para gastárselo en ocio, en lugar de en médicos.
La mayor de las grandes mentiras de la histeria en torno a "la atención médica" es que la ausencia de seguro significa ausencia de atención médica. La segunda mentira mayor es que cuidado médico y atención sanitaria son lo mismo. Los médicos no pueden impedirle que arruine su salud de un centenar de maneras distintas, de modo que las estadísticas acerca de cualquier cosa desde la mortalidad infantil al sida no constituyen prueba de la necesidad de que el gobierno se haga cargo del tratamiento médico.
Pocas personas muestran el más remoto interés en lo que ha sucedido realmente en los países con atención médica controlada por el gobierno. Aparentemente se supone que tenemos que seguir el ejemplo de esos países sin preguntar por los meses que las personas de esos países pierden en listas de espera para tratamientos médicos que los americanos obtienen simplemente descolgando un teléfono o concertando una cita.
Es sorprendente cuánta gente no parece interesada en cosas como el motivo de que tantos médicos de Gran Bretaña procedan de países del Tercer Mundo con estándares médicos inferiores, o el motivo de que haya personas procedentes de Canadá que vengan a Estados Unidos en busca de tratamiento médico que podrían obtener más barato en el país.
Los controles gubernamentales de los precios de los tratamientos farmacológicos son más de la misma ilusión del algo a cambio de nada. La gente que nos insta a seguir a otros países que controlan los precios de las medicaciones parece no estar interesada en el hecho de que esos países dependen de Estados Unidos para crear nuevas medicaciones, después de que ellos destruyesen los incentivos para hacerlo en sus propios países. Puesto que se necesita más de una década para crear una medicina nueva, un político puede salir elegido presidente anunciando controles a los precios de las medicinas, pasar 8 años en la Casa Blanca, y estar jubilado antes de que la gente comience a notar que ya no obtenemos el tipo de medicaciones nuevas que vencieron con éxito a enfermedades mortales en el pasado.