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Thomas Sowell

El juez menos conocido del Tribunal Supremo

Fueron las propias experiencias de Clarence Thomas las que lo llevaron a darse cuenta de que tanto la "discriminación positiva" como otras políticas impulsadas por los progres y las organizaciones de derechos civiles estaban provocando más mal que bien.

Es difícil pensar en alguien al que los medios de comunicación pinten un retrato más radicalmente alejado de la realidad que el juez Clarence Thomas. Sus recientes apariciones públicas en 60 minutos, el programa de Rush Limbaugh y en otros medios ha permitido a la opinión pública norteamericana echarle una primera mirada mínimamente profunda al Clarence Thomas real.

Estas apariciones mediáticas forman parte de la promoción de su fascinante libro de memorias, tituladas El hijo de mi abuelo. De no ser por esto, el juez Thomas probablemente se habría seguido limitando a realizar su trabajo en el Tribunal Supremo, sin preocuparse por lo que se dice de él en los medios. En unos días en los que hay demasiados jueces, incluyendo a varios de nuestro más alto tribunal, que parecen actuar de cara a la galería –y eso cuando no están redactando veredictos o filtrando información con la vista puesta en una cobertura favorable en la prensa– el rechazo por parte del juez Thomas a formar parte de ese juego dice mucho sobre él.

Pero sus memorias nos dicen mucho más. Nacido en una pobreza material más allá de cualquier cosa experimentada nunca incluso por personas que hoy día dependen de la ayuda estatal, Clarence Thomas fue educado con una abundancia de disciplina y formación del carácter que acabarían llevándole lejos en la vida. Ese fue, en gran medida, el trabajo de su abuelo, que le crió y a quien ahora llama "el hombre más grande que he conocido nunca". Pero cuando era un niño no era esa su opinión. A su abuelo, no obstante, no le preocupaba como veían las cosas los niños, como les sucede a tantos padres modernos. Asumió su papel de padre para ver las cosas que los hijos no saben ver, incluyendo los desafíos que se encontrarán más adelante en su vida.

La metamorfosis de Clarence Thomas atravesó muchas fases. Fue primero monaguillo, luego estudiante de seminario y más tarde un universitario que militaba en causas radicales y raciales. Finalmente cerró el círculo volviendo a los valores que le enseñó su abuelo y alcanzando una comprensión de la ley y la sociedad adquirida por sí mismo. Una muestra de donde se encontraba en su fase más radical fue que cuando una vez alguien le dio un libro mío, lo tiró a la basura.

Sin embargo, cuando le conocí en 1978 había llegado ya a las mismas conclusiones que yo, pero por su cuenta. Posiblemente las comprendiera mucho mejor al haber llegado a ellas él mismo en lugar de leerlas en los libros de otro. Y es que fueron las propias experiencias de Clarence Thomas las que lo llevaron a darse cuenta de que tanto la "discriminación positiva" como otras políticas impulsadas por  los progres y las organizaciones de derechos civiles estaban en general provocando más mal que bien, tanto a los negros como a la sociedad norteamericana en su conjunto.

En una época en la que tantos carecen del tiempo o la paciencia necesarios para analizar datos y argumentos, sus críticos han intentado clasificarlo como alguien que "se vendió" para prosperar. En realidad, su situación financiera era mucho peor que si hubiera adoptado posiciones opuestas en temas políticos. En el momento de su nominación al Tribunal Supremo, los activos netos de Clarence Thomas –todo lo que había acumulado a lo largo de una vida– sumaban una cifra menor a lo que ganaban en un año diversos "líderes" de los derechos civiles. Nadie se vende al peor postor.

El otro gran mito del juez Thomas es que se convirtió en un hombre solitario y huraño, apartado del mundo, como resultado de las feroces audiencias de confirmación que tuvo que aguantar allá por 1991. Pero el caso es que a Clarence Thomas nunca le fueron mucho los eventos sociales. No se veía su nombre ni en las páginas de sociedad ni en los eventos de gran eco mediático, ya fuera antes o después de ser parte del Tribunal Supremo.

En realidad, el juez Thomas ha estado siempre ahí, dando charlas, especialmente a jóvenes, invitando a algunos de ellos a su oficina en el Tribunal Supremo. Los veranos le encuentran siempre conduciendo su propio autobús por todo el país, mezclándose con la gente en los bares de carretera, camping para caravanas y aparcamientos de centros comerciales. El que no se pase la vida procurando impresionar a los medios de comunicación no significa que se refugie en su sótano.

El sentido del humor de Clarence Thomas es fabuloso. Casi siempre que me río varias veces hablando por teléfono, mi esposa me pregunta después: "¿Era Clarence?" Normalmente lo es.

Ahora, gracias a su libro, el público puede llegar a conocer al hombre real, en lugar de la imagen de cartón piedra creada por los medios de comunicación.

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