Hace ocho años que la banda terrorista ETA asesinó a Silvia Martínez Santiago, con tan sólo seis años de edad en Santa Pola. Teresa Jiménez Becerril le dedica a su madre, Toñi Santiago y a toda su familia este emotivo artículo. Además, se celebrará un homenaje este miércoles a las 8 de la tarde en la Plaza de la Diputación de Santa Pola lugar dónde se cometió el atentado.
Y digo nuestra porque Silvia, esa niña a la que ETA asesinó en Santa Pola un día como hoy de hace ocho años, debería ser de todos nosotros. De todos aquellos que aun creemos que quienes fueron capaces de matar a una chiquilla que bailaba en su casa feliz, sin más culpa que la de ser hija de un guardia civil, no tienen más derecho que el de cumplir una condena lo suficientemente larga que de un respiro al dolor de sus victimas.
Silvia es nuestra, de todos los que confiamos en la Justicia, esa que no puede enmudecer ante las exigencias de los gobernantes que acomodan la ley a sus intenciones políticas.
Silvia es de quienes queremos creer que existe un Dios que la tiene abrazada y que juntos nos sostienen cuando las injusticias nos quitan las fuerzas para seguir luchando.
Silvia es de quienes aman la libertad y la vida, esa que a ella le arrebataron quienes mañana se reirán rellenando el impreso del falso perdón, ideado por Rubalcaba, que se convertirá en el salvoconducto para poder brindar con champán por la memoria de quienes como Silvia fueron asesinados en nombre de ETA. Y gozaran de una libertad profundamente inmerecida mientras siguen defendiendo celosamente esos macabros ideales que les llevaron a asesinar a pesar de que el ministro o el presidente se empeñen en despojarlos de esa fanática fe independentista que casi ninguno abandonara.
Silvia es tu niña Toñi, pero también lo es de todos los españoles que aman a España y que ven en ella un símbolo como todos los que dieron su vida en nombre de la libertad. Serán todos ellos, los que nos darán el coraje para soportar no solo el dolor de su ausencia, sino la humillación y el desgarro de contemplar como los barrotes de las cárceles se ensanchan ante la complaciente mirada de los terroristas que sonríen satisfechos al comprobar que estuvimos, estamos y estaremos en sus manos. Ayer con pistolas humeantes, hoy con las que nos apuntan y mañana con las que volverán a empuñar si lo creen necesario. No importa, ellos todavía mandan y nosotros obedecemos, ¿no Sr. Zapatero?
No Silvia, algunos de nosotros no obedecemos, ni lo haremos jamás.