Ignorando su traumático pasado dictatorial e incapacitado para desempeñar un papel protagonista en el escenario mundial, dada su precaria situación económica y política, el actual Gobierno español busca protagonismo sirviéndole de alcahuete a la única dictadura que subsiste en el hemisferio americano.
Con desvergonzado desparpajo, el ministro de Exteriores Miguel Ángel Moratinos quiere hacernos creer que con la excarcelación de 11 prisioneros de conciencia cubanos y su consiguiente exilio en España, así como con la promesa del hermano del dictador de excarcelar a otros 41 prisioneros políticos, se demuestra que en Cuba ya no se violan los derechos humanos.
Más aún, según Moratinos es evidente que hay "una nueva voluntad del Gobierno cubano de avanzar también en materia de reformas económicas y sociales". Así las cosas, concluye el ministro, Europa tiene ante sí "una oportunidad que no debemos desaprovechar para redefinir la relación de la UE con Cuba sobre los parámetros del respeto y el diálogo".
Fantástico, ¿no cree usted? El problema es que lo que dice Moratinos no cuadra con la realidad. "Detrás de nosotros," dijo Julio César Gálvez, uno de los presos liberados en conferencia de prensa en Madrid, "han quedado 45 hermanos de los sucesos de marzo de 2003 y muchos prisioneros políticos quedan en las cárceles de la isla".
¿A quién cree usted? ¿Al ministro que nos quiere hacer creer que en el Gulag cubano ya no se encarcela a los ciudadanos porque las autoridades "sospechan" que podrían ser peligrosos? ¿O a quienes nos recuerdan que hoy los cubanos no pueden reunirse en las plazas públicas a expresar libremente sus desacuerdos con las aberrantes políticas económicas de la dictadura, que no pueden afiliarse al partido político de su preferencia o que no pueden salir de la isla y regresar cuando se les dé la gana?
Basta de farsas. La decena de desterrados políticos que hoy está fuera de las cárceles cubanas no llegó a Madrid porque en Cuba ha empezado un proceso de cambio hacia la democratización. Tampoco han salido de prisión por las gestiones de Moratinos, como él ha intentado hacerle creer al mundo.
Como bien han dicho los propios desterrados, después de siete años de "injusto cautiverio" los ex prisioneros de conciencia están en Madrid por el "martirio de Orlando Zapata Tamayo, muerto en febrero tras una huelga de hambre; por la demanda de Guillermo Fariñas tras 135 días en huelga de hambre, y por la fe y la insistencia inquebrantable de las Damas de Blanco y del exilio cubano.
Han podido salir de su cautiverio porque el estrepitoso fracaso del sistema político y económico del régimen dictatorial obliga a los Castro a recurrir a todo tipo de maniobras para intentar limpiar su imagen en el exterior.
Lo deplorable es que José Luis Rodríguez Zapatero y Moratinos se unan al lastimoso coro de comparsas latinoamericanas que venera a Fidel Castro y que olviden que el caribeño lleva más tiempo en el poder que lo que duró el Caudillo a quien dicen despreciar.
Lo lamentable aún es que el Gobierno de Zapatero no haya podido conservar la bonanza política, económica y moral que heredó de sus antecesores y que era motivo de orgullo para cuantos tenemos raíces iberoamericanas.
Su tersa transición a la democracia después de más de tres décadas de dictadura sentó cátedra de evolución política. El manejo político que Felipe González hizo para europeizar a España y su habilidad para gestionar los fondos de cohesión con los que se reforzó la infraestructura de la península fue magistral. Y lo mismo puede decirse de su visión para impulsar el despegue global de un sector privado emprendedor, moderno y avezado.
A José María Aznar le tocó cosechar los frutos del trabajo de todos los españoles y sus benefactores alemanes y franceses, y elevar el nivel de vida de sus compatriotas hasta que la obediencia perruna a George W. Bush y Tony Blair en sus irresponsables aventuras le hizo perder el piso y enfangar la imagen de España.
Lo peor, sin embargo, estaba por venir y nadie imaginaba la catástrofe que José Luis Rodríguez Zapatero les tenía preparada a los españoles. En los cinco años que lleva en el poderm el deterioro de la nación ha sido asombroso.
A pesar de su tamaño y de su historia, la influencia de España en la Unión Europea actual es nula. "Italia y Polonia, así como países más pequeños como Holanda y Suecia," escribe Charles Grant, director del Centro para la Reforma Europea, "tienen mayor participación en la elaboración de las políticas de la Unión Europea en este momento".
En el mismo sentido, recientemente el experto en relaciones internacionales José Ignacio Torreblanca ha escrito que España "no cuenta con los medios necesarios para alcanzar objetivos ambiciosos". Es, sin embargo, "una potencia media que debería ser más fuerte y consecuente en la defensa de sus principios".
En vez de andar de celestina de dictadores geriátricos, España debería comprometerse a promover la democracia y a defender los derechos humanos, dos elementos irrenunciables en la política exterior de un país civilizado.