No se asusten, en especial los de Valladolid: ni se van a tener que ir tan lejos para pescar ranas, ni por el momento hay riesgo de que se les inunde la ciudad con mujeres engualdrapadas con pañoletas y sayas hasta los pies. Tan sólo, la ofensiva islamista, generalizada e implacable, que acosa a los cristianos de Oriente Próximo ha dado otra vuelta más al torniquete con que los estrangula.
Como es sabido, en el mundo entero –y debido a los efectos de la información global– se ha desencadenado una ola de histeria cuyo origen remoto se halla en México y en la gripe en él aparecida, primero llamada porcina y luego tipo A. La epidemia, en sí misma, no es nada del otro jueves y, sin la menor duda, aquí y acullá se producen cada invierno muchísimas más víctimas, hasta mortales, por causa de catarros, gripes, neumonías y sus complicaciones anejas. Nada nuevo. Como tampoco lo es la ganancia de mil y un avispados que inflan el perro por los negocios, directos o indirectos, que les reditúan el hundimiento del turismo mexicano o la mera venta de cubrebocas, cuyos precios en el país centroamericano se han centuplicado.
Así pues, cada quien arrima el ascua a su pescado o, dicho de otro modo, de repente el Pisuerga pasa por El Cairo, en esta ocasión en forma de virus imaginarios o reales; es decir, el Gobierno egipcio, temeroso y entregado a los islamistas como está, aprovecha la ocasión para amolar a fondo a los cristianos. Y tampoco la OMS ha renunciado a engrosar la confusión con declaraciones más enloquecidas que alarmistas, como esa previsión (¿en qué se basan?) de que dentro de un año habrá dos mil millones de personas infectadas y la pandemia dejará en mantillas a la gran Peste Negra de 1348. ¡Vaya con los funcionarios internacionales que devengan excelentes salarios!
En consonancia con todo lo anterior, el Gobierno egipcio ha decretado el sacrifico de toda la cabaña porcina local (unas 350.000 cabezas), aunque técnicos de diversos países (empezando por España) han insistido en el nulo peligro de consumir carne de cerdo, ya que, en la actualidad, el contagio ocurre por vía humana. Pero el argumento viene al pelo para arruinar a los criadores coptos del país del Nilo, a la par que constituye otra agresión más contra esa comunidad de cristianos, los únicos que en Egipto crían, venden y consumen la muy sabrosa y bendita carne de chancho. Arruinarlos es una buena medida para incitarles a marchar, recordarles de continuo que, en su país, son ciudadanos de tercera, también. Por un lado, se les toca gravemente el bolsillo –para muchas familias es la condena a la mendicidad– y por otro se les pone de manifiesto por enésima vez que, por mucho que se reclamen descendientes de los faraones, están en tierra extraña y aunque las normas legales egipcias no incluyan la palabra dimmí, de hecho lo son: unos pobres infelices sometidos a la hegemonía social, política y cultural de los musulmanes, incluidos los denominados "moderados".
Mientras tanto, el Papa en Palestina y Jordania cumple con su misión, como es natural: predicar la paz, el amor y el diálogo entre religiones. Y los otros dicen que sí, que vale y que Zamora es buena tierra. Cada cual a lo suyo: Usted a sus homilías bienintencionadas y nosotros a erradicar toda traza de cristianismo en Oriente Próximo, como ya hicimos en el Magreb en la Edad Media. Y también al tiempo, la Casa Árabe de Madrid despilfarra nuestros dineros pagando lacrimógenos y novedosísimos docudramas, eventos y demás folklores para plañir otro rato por la expulsión de los moriscos hace la friolera de cuatro siglos. Con puercos o sin ellos, lo de España es especial.