Un agricultor polaco y un programa de políticamente incorrecto de la televisión inglesa comprenden bien lo que las elites gobernantes europeas no logran entender: el ciudadano común y corriente no quiere otro gobierno supranacional imponiéndole la altura que deben tener las escaleras y si deben comprar los espárragos en kilos o en libras. Con el gobierno nacional tienen ya imposiciones de sobra.
En la que se anunció como la más grande elección transnacional de la historia –unos 350 millones de electores de 25 países– votaron si acaso 45% y resultó un tiro por la culata para quienes aspiran a una mayor concentración del poder político en Europa. En lugar de apoyar al eje integracionista franco-alemán, una cantidad considerable de europeos eligió a parlamentarios empeñados en hacer naufragar el mismo sistema que jurarán apoyar.
Cuando se reúna en julio por primera vez, el nuevo Parlamento Europeo contará con no menos de 10% de representantes de los nuevos partidos euroescépticos. Estos varían mucho en intensidad, pero comparten una definida aversión contra el furtivo avance hacia el súper-estado preferido por la vieja Europa.
La elección no ha podido ser en peor momento para los amantes de la centralización del poder político en Europa. No se habían terminado de contar los votos y ya los ministros de relaciones exteriores volaban a Bruselas para tratar de conseguir un acuerdo sobre la constitución, antes de la reunión de los 25 jefes de estado. Pero ahora parece que la constitución tendrá que esperar, mientras se digiere el hecho que los gobernantes en Riga y Varsovia no comparten necesariamente los ideales de Jacques Chirac sobre la semana de trabajo de 35 horas, para dedicar las otras cinco horas a halagar y a mimar a los dictadores del Medio Oriente.
Los eurófobos sufrieron también algunas decepciones, especialmente en Dinamarca, donde los electores sacaron a dos de los cuatro parlamentarios euroescépticos, pero el resultado general fue causa de celebración para quienes se oponen a la concentración centralizada del poder en Europa.
En la República Checa, los euroescépticos de la ODS (Demócratas Civiles) apalearon a los Social Demócratas del gobierno. En Suecia obtuvieron un éxito inesperado, nombrando a tres parlamentarios con 14% de los votos y ahora los euroescépticos conforman el tercer partido más grande de Suecia.
En Polonia, que acaba de ingresar en la Unión Europea hace seis semanas, los euroescépticos del partido Autodefensa obtuvieron 29% de los votos. En Holanda, Paul van Buitenen, quien se hizo famoso denunciado la corrupción en la UE, ganó dos asientos parlamentarios para su partido Europa Transparente y lo mismo logró el ex periodista austriaco Hans Peter Martin, quien se dio a conocer cuando denunció las trampas de parlamentarios de la UE en sus cuentas de gastos.
Pero el mayor de los nuevos partidos euroescépticos es el de Robert Kilroy-Silk, ex presentador de la BBC que logró 17% de los votos para el nuevo Partido Independencia del Reino Unido. Cuando los periodistas le preguntaron qué iba a hacer, contestó: “denunciar el desperdicio, la corrupción y la manera como están erosionando nuestra independencia y soberanía… nuestro papel es señalar cómo botan nuestro dinero… mientras se pasan el tiempo comiendo en los restaurantes”.
Algunos rehúsan ver la realidad. En un teletipo desde Bruselas, fechado el 14 de junio, Reuters daba a conocer el argumento de la Comisión Europea –el cuerpo ejecutivo de la UE– según el cual el Parlamento Europeo no tiene suficiente poder y por eso la gente votó como lo hizo. Sí, claro, lo que quieren es más poder aún.
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Scott Norvell es corresponsal jefe de Fox News en Londres y analista de TechCentralStation.com