Al ver la construcción de esa cosa llamada España en la serie de televisión Isabel debería quedar claro que las naciones son conceptos culturales que, lo mismo que se fabrican en la dinámica histórica, pueden desmontarse, desacoplarse, desintegrarse… Tenemos el ejemplo reciente de la nación estadounidense, un soufflé que tras el primer horneado, recibido de los Padres Fundadores y la Revolución Americana, estuvo a punto de venirse abajo cuando algunos de los Estados que la constituían decidieron separarse. Entonces intervino Abraham Lincoln a sangre y fuego para mantener la Unión íntegra. Y si de paso liberaba a los esclavos, miel sobre hojuelas:
Mi objetivo primordial en esta lucha es salvar la Unión, y no es salvar ni destruir la esclavitud. Si pudiera salvar la Unión sin salvar a ningún esclavo, lo haría; y si la pudiera salvar liberando a todos los esclavos, lo haría (...) Lo que que hago por la esclavitud y por la raza negra, lo hago porque creo que contribuye a salvar la Unión.
De la guerra de independencia a la guerra de secesión, el parto de la nación estadounidense fue largo, doloroso y costó innumerables vidas. En el día a día de las tensiones entre los españoles y los catalanes (una vez que, con la propuesta fiscal de Alicia Sánchez Camacho, ha quedado claro que una mayoría absoluta de Cataluña –CiU, ERC, PSC y, ay, el PP de Cataluña– se apunta a la deriva soberanista) nos aproximamos a un punto de no retorno en el que al final habrá que permitir una consulta secesionista o bien recurrir al Ejército como garante último de la "indisoluble" unidad nacional española, según reza la Constitución todavía en vigor. Dado que no creo que haya entre nosotros un Lincoln y mucho menos un general Batet, la opción por la que apostaría diez euros en Bwin es la de un referéndum que haga de ducha escocesa de los ánimos nacionalistas de todas las partes.
Pensando en la futura celebración de un referéndum, los que preferiríamos que Cataluña siguiese perteneciendo a España (fans de Josep Pla y Ferran Adrià) pero no a cualquier precio, ni fiscal ni mucho menos filosófico, debemos plantear una cuestión primordial sobre la que vale la pena debatir: ¿tienen derecho los catalanes a la secesión? Y la respuesta, al menos desde un punto de vista liberal, es que no.
Porque para que un grupo social pueda legítimamente reclamar y ejercer dicho derecho hace falta que se cumpla al menos una de las siguientes condiciones, que enuncia Allen Buchanan en su libro Secesión. Causas y consecuencias del divorcio político:
- que se haya producido una anexión injusta del territorio de un Estado soberano;
- que se estén cometiendo violaciones a gran escala de derechos humanos fundamentales;
- que haya una redistribución discriminatoria continuada y grave que perjudique a una región determinada;
- que se vulneren por parte del Estado central las obligaciones del régimen autonómico intraestatal.
Por supuesto, cada una de estas condiciones racionales está a su vez sujeta a una serie de limitaciones razonables. Por ejemplo, el reino de Granada fue víctima de una anexión injusta en tiempos de Boabdil, pero el tiempo transcurrido impide a los granadinos argumentar dicha anexión como motivo para su posible secesión. Tampoco parece que las catalanas estén siendo violadas masivamente por hordas de españoles ni que al F. C. Barcelona le estén robando la Liga año tras año, así que los derechos humanos se respetan más o menos lo mismo en Gerona que en Huelva.
Ahora bien, cabe que los catalanes objeten cuestiones específicas relativas a los puntos 3 y 4. Pero en ningún caso –sea la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la inmersión lingüística o el régimen de financiación fiscal– estos flecos de incomprensión mutua, sin duda discutidos y discutibles, asemejan a los catalanes a los tutsis y a los españoles a los hutus, aunque esta es una comparación que al imaginario colectivo catalanista, muy dado a bascular entre el victimismo paranoico ("Espanya ens roba") y el desprecio hacia los pobretones extremeños y andaluces, le debe de resultar muy grata. Qué más quisieran…
Dado que no es una tema de derecho a la secesión, que no tienen, ya que no cumplen ninguna de las condiciones especificadas, ¿de qué se trata? La propuesta del PP catalán lo ha dejado bien claro. Oscurecido por la cortina de humo nacionalista, lo que está en cuestión es la esencia del Estado de Bienestar español. De ahí ese pacto implícito aunque seguramente inconsciente entre Artur Mas y Alicia Sánchez Camacho que, como el que firmaron en su día los estructuralmente totalitarios Hitler y Stalin, revela que tras sus superficiales diferencias hay una identidad fundamental entre ambos partidos de derecha: la "solidaridad limitada". La connivencia de los partidos de izquierda con esta voladura incontrolada del sistema de bienestar se explica por su abducción por una ideología básicamente reaccionaria como es el nacionalismo, que los ha alienado de la que debiera ser su ideología de clase, como han mostrado repetidamente intelectuales de izquierdas como Félix de Azúa, Félix Ovejero o Arcadi Espada. Dentro de poco cambiaremos un refrán: "Más se perdió en… Cataluña".